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Aporte de Alessandro tras medio año de trabajo.

Un primer requisito de la investigación corresponde a la actitud misma con la que se observa el fenómeno. Abandonamos nuestra actitud natural para identificar los momentos significativos que deberán ser analizados durante nuestra interacción.

 

El primer instrumento debe ser la observación de cerca que, según Van Manen (2003), pretende aproximarse, de la forma más cercana posible, al mundo vital de la persona observada con el fin de llegar a aprehender —in situ— el significado de determinada experiencia vivida por ella.

 

Este punto de partida nos traza un camino cualitativo de investigación. ¿Quién si no los jóvenes han sido homogeneizados y cuantificados? ¿Cuántos se gradúan? ¿Cuántos son admitidos a una universidad? ¿Qué puntaje es el que reemplaza su nombre? Y ¿qué porcentaje de ellos serán personas de bien para la sociedad? Ningún grupo exige una investigación cualitativa tanto como ellos. Sus vivencias, experiencias, pasiones, afectos, historia y la construcción discursiva del mundo que habitan sólo pueden ser conocidas gracias a métodos cualitativos de investigación.

 

Con esta idea en la cabeza, le propuse a una institución educativa que me permitiera trabajar con sus estudiantes durante un año, para poner a prueba mi intuición (alimentada durante más de una década de transitar en este terreno), con el fin de participar de su cotidianidad y charlar con sus estudiantes en busca de respuestas.

 

Entonces, con muchas preguntas, mi intuición como motor de arranque y el carácter mesiánico que caracteriza a mi generación, redacté una propuesta de trabajo sobre lectura crítica1 y la presenté en enero de 2014, tal vez, a media docena de instituciones educativas de Soacha.

 

La respuesta positiva vino de parte de una institución ubicada en la comuna 2 de Soacha. Es una institución de carácter privado, con un número de estudiantes que no supera los 300 entre primaria y bachillerato; y que, para el año 2014, contaba con 26 estudiantes en grado 11. Y aquí estoy, luego de un año de trabajo, con varias horas grabación que escucho una y otra vez, con textos por doquier escritos por los estudiantes, armado de teorías a favor de mis ideas, y con ganas de convertir todo este carbón en diamante.

 

Mi interés inicial era superar la paradoja del observador; dejar de ser un extraño para el grupo y poder conversar con ellos sobre su cotidianidad. Quería llevarlos a reflexionar un poco sobre los fenómenos comunicativos de su institución.

 

A diferencia del trabajo hecho con los estudiantes de la UN, allí no podía hacer grabaciones en video o tomar fotografías ya que se trataba de menores de edad. Además, aunque la institución conocía perfectamente mi intención investigativa tras el taller de lectura, se esperaba que las sesiones se desarrollaran en el marco de la normalidad académica; y no es muy normal estar tomándole fotos o grabando videos de los estudiantes.

 

Por esta razón, no obtuve registros durante los primeros meses, más allá de anotaciones u observaciones sobre algunas sesiones. Y es una lástima porque el trabajo fue realmente enriquecedor. Mi visión de la lectura crítica, en este momento de mi ejercicio profesional, con muchas más herramientas que las que podía tener cuando comencé hace 12 años, me permitía orientar las discusiones de manera asertiva y llevar a los estudiantes a observar su cotidianidad con ojos de investigador.

 

Trabajábamos dos días a la semana, leíamos sobre ética, historia, política, economía, administración pública, libertad de expresión, género, educación, religión, arte, etc. La dinámica era sencilla, partíamos de una lectura (poco inocente), luego socializábamos lo que habíamos comprendido y, entre todos, tratábamos de aterrizarlo a nuestro contexto.

 

Los estudiantes estaban realmente interesados, leían y aportaban en cada sesión. Por lo menos durante el primer mes. Sin embargo, poco a poco empezó la deserción. Los factores eran diversos, las sesiones se llevaban a cabo en la tarde, de 3:30 p.m. a 5:00 p.m., luego de una jornada que iba desde las 6:30 a.m. hasta las 3:00 p.m.; así que era normal que algunos chicos prefirieran utilizar ese tiempo para hacer sus tareas, deberes de la casa, actividades deportivas, artísticas, o simplemente descansar.

 

Al cabo de medio año de trabajo, los chicos restantes (que era aproximadamente la mitad del grupo), me recibían como un integrante más del colegio. No digo que me recibían como su amigo de toda la vida, pero sí habíamos tejido cierta complicidad: hablábamos con tranquilidad de temas personales, reíamos durante la mayor parte de las sesiones, decíamos lo que pensábamos de manera cruda, y hasta habíamos compartido espacios extra académicos como un juego de paintball o alguna comida rápida.

 

1. anexo 1

Foto de Alessia. 10 de abril de 2014. Campo de paintball La Mendoza.

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