
Edson David
Rodríguez Uribe

Declaración de amor
Soy un romántico empedernido, un tierno, un tipo capaz de hacer locuras por amor: abandonar la propia vida y volver a empezar, sólo por la promesa de una relación bonita. Eso no es un secreto para nadie. Hace poco me hice un tatuaje y un primo, que quiero como un hermano, me dijo: “Negrito, ¿otra vez le rompieron el corazón?”. Así de predecible soy, sí.
Sin embargo, han pasado muchísimos años desde que hice una declaración pública de amor, como ésta. Estaba en deuda y llegó el momento de hacerlo. Estoy a un par de días de cumplir 41 años. 41, todo un señor de edad: no veo un carajo sin gafas, le duplico la edad a mis estudiantes y mis primos menores creen que estoy a dos cuadras de morirme.
Sé muy bien que estoy llegando a la mitad del camino, con suerte. Y me parece el momento correcto para decir que me amo: después de desear ser diferente durante tanto tiempo, finalmente puedo decir que amo el personaje que me tocó interpretar en esta vida.
Los niños suelen ser crueles y estúpidos (reflejo de sus padres, seguramente), y los que me acompañaron en mi infancia, se burlaban de mí por mi color de piel: en un lugar de gente mestiza, yo era el más negro y se burlaban por eso. También era el más tímido (lo sigo siendo), y es una timidez muy rara, no tengo la energía necesaria para entrar en grupo de desconocidos y hacerme su amigo, me parece agotador; sin embargo, cuando estoy en confianza, hablo hasta debajo del agua.
Ser objeto de burla en la infancia me llevó a refugiarme en el amor de mis padres y en las actividades en las que era bueno: los deportes (casi cualquier deporte) y el estudio (casi cualquier campo del saber). En esos contextos, también recibí muchas ofensas y tuve que aprender a defenderme. Pero, más importante aún, aprendí que cuando alguien se siente vulnerable o tiene una debilidad (como me pasó a mí), lo que más necesita es una persona que le brinde un apoyo sincero, con amor y mucha paciencia. Y he tratado de ser esa persona ahora que soy un señor mayor.
Un poco más grande, empecé a moverme por la ciudad, y las burlas por mi color de piel se transformaron en burlas por el lugar donde crecí. Yo no lo elegí, pero ser de Soacha era objeto de burla en Bogotá. Y tuve que soportar muchos chistes clasistas y mucha discriminación enmascarada en comentarios audaces de imbéciles que querían ser el alma de la fiesta a costa mía.
En ese momento, defenderme se convirtió en una prioridad, tuve que volverme un tipo poco tolerante a la estupidez y la consecuencia fue que, de lejos, me veían como una persona agresiva, arrogante y prepotente. No creo ser así, sólo es un papel que me permitió darme un lugar en una sociedad maltratadora.
Me refugié en mis habilidades: como buen deportista, fue un patinador sobresaliente y una promesa del fútbol. Me quedé en promesa, pero puedo disfrutar del recuerdo de haber jugado algunos minutos de fútbol profesional, de haber pisado algunos estadios y de haberme enfrentado a jugadores mundialistas.
Mi cerebro también se convirtió en un refugio: aprender velozmente, hablar con fluidez y escribir con cierto estilo se convirtieron en lugares de paz, en mi hogar.
Hoy puedo decir que amo la vida que tengo: totalmente imperfecta e incompleta, pero retadora y excitante. Aprendí a amar mi color de piel y desde hace una década, decidí decorarla con historias: cada vez que atravieso un momento importante en mi vida, escribo algunos textos y diseño alguna imagen que se convierte en una cicatriz a color que me acompañará hasta que me muera.
Amo haber crecido en Soacha, en Colombia. Dos lugares discriminados, con historias tristes por contar; pero con un corazón enorme que me ha permitido sobrevivir a lugares y situaciones muy difíciles, con una idea simple: soy soachuno, bogotano y colombiano, puedo vivir en cualquier lugar.
No hice del fútbol mi profesión, pero sí hice del deporte mi refugio, y cada vez que necesito volver a mí, empiezo por mi cuerpo. Espero ser un atleta hasta el día de mi muerte y que, como hoy, el cuerpo me permita caminar el mundo, bailar sin pausa, jugar con pasión y follar con locura.
Mi mente se convirtió en un lindo palacio: aprender y enseñar han sido mis formas de ser útil, de ganar dinero y de mantenerme entretenido. Puedo decir, con algo de orgullo, que hablo con fluidez cinco idiomas y estoy empezando con el sexto. Espero completar al menos diez lenguas antes de mis cincuenta años. Sólo por el placer de echar chisme, de leer y de sumergirme en culturas tan diferentes y fascinantes.
Hace poco, un primo me dijo: “uno lo ve a usted y parece que tuviera claro qué quiere de la vida”.
Me pareció muy lindo el comentario, aunque está muy lejano de la realidad. Yo sólo tengo una lista de cosas que quiero hacer antes de morir, pero no tengo ni puta idea en qué dirección voy, sólo tomo decisiones a corto plazo y me divierto tanto como puedo a cada paso.
Voy a cumplir 41 años. Me amo profundamente. Disfruto mi vida imperfecta. Agradezco por el amor que dan mis padres y mis amigos. Y espero, antes de los 50, Volver a escribirme algo lindo, para recordarme que mi vida vale la pena y que todavía hay muchas cosas divertidas por hacer.