Edson David
Rodríguez Uribe
Silvia
De niños, soñamos con ver una estrella fugaz, un trébol de cuatro hojas, el punto exacto donde nace un arcoiris o donde termina la lluvia. Son sueños, ilusiones, imposibles; pero pensar en su remota posibilidad perfuma de sándalo los días.
Al crecer, nuestros sueños toman formas más concretas: un deporte, un arte, una profesión, una persona... En mi caso fueron el fútbol y el cine; aún no tengo una profesión ideal y siempre supe qué tipo de chicas llamaban mi atención, por lo menos físicamente.
La sociedad nos maleducó, o tal vez fue la misma biología evolutiva: tal como en todas las especies, los bellos y las bellas se llevan todas las miradas. Pobre del león de buen corazón pero sin abundante melena, o el pavo real a blanco y negro, o el gorila afónico. Dudo que alguna potra se sienta superficial por desear al caballo que más corre o al que mejor relincha.
En mi caso, mi mirada siempre se iba detrás de las niñas muy delgadas, o de las de cara bonita, de las trigueñas, de las de sonrisa encantadora, de las crespas sin control o de las artistas. No dependía de mí: mi mirada tenía voluntad propia, desconectaba mi consciencia y se iba detrás de lo que llamara su atención. A veces creo que vivimos con un par de imanes en las cuencas de los ojos, y sin desearlo, cualquier día se cruzan con la fuerza adecuada y quedan pegados con tal poder, que necesitamos de toda nuestra razón para recuperarnos.
Y aunque somos la especie dominante del planeta, vivimos llenos de miedos e inseguridades individuales. Tememos al rechazo, al fracaso, a la locura de los demás más que a la propia. Y cuando sentimos los imanes de los demás sobre nosotros, afloran nuestras incomodidades.
Recuerdo perfectamente la primera vez que te vi. Fue en el teatro Jorge Eliecer Gaitán: se presentaban por última vez antes de su viaje a Europa. Yo estaba lejos, y vi muchas figuras moviéndose de forma mágica, pero mi mirada hizo lo suyo y se quedó con la flaca de piel canela. En ese primer momento, fue solo una silueta a la distancia.
Hasta que llegó el día del viaje. Llegué al aeropuerto con el ánimo de despedir a mi primo. Mi tía estaba extasiada por ver de cerca a un bailarín muy acuerpado, y yo me reía de ella, mientras te buscaba con la mirada. Fue fácil encontrarte: el uniforme entallado dejaba ver perfectamente tu cuerpo. Con poca sutileza y una risa nerviosa, le pregunté a Andrés Julián por ti.
- Se llama Silvia - contestó - y es un ángel - agregó de inmediato.
Tú ibas de un lado para otro: de tu familia al grupo y de vuelta. Y yo, en silencio, te veía pasar y volver. Mi mirada, tal cual imán, quedó pegada a ti. Y en ese momento, aún no sabía que eras la dueña de un frondoso y encantador arbolito.
Y casi como si me leyera la mente, tu madre se acercó a mí. En un primer momento sentí vergüenza, creí que había notado la insistencia de mi mirada.
Sacó un pedazo de papel y me dijo
- Para que les escriban un saludito a los muchachos.- Yo no entendí muy bien, pensé que quería que escribiera en ese mismo momento. Miré el papel y tenía un correo electrónico. - Es el correo de alguien que está allá y se los leerá durante el viaje - me dijo tu madre.
Yo no entendí: creí que era el correo de una persona externa al grupo. Sin embargo, me invadió la emoción de poder escribirte, era como si tuviera el permiso de tu mamá.
Se fueron, los abrazamos, aplaudimos y gritamos. Y yo volví a casa reviviendo lentamente la emoción que había sentido al verlos bailar. Fue en serio que lloré, grité y aplaudí hasta que me dolieron las manos. La emoción fue real, así que al llegar a casa, recordé un comentario que escuché varias veces entre los asistentes "si se emociona uno que está aquí en Colombia, ¿cómo se sentirán los colombianos que no vienen por aquí hace rato?"
Y empecé a escribir "de un colombiano a otros, Gracias BTC". Te confieso que lo habré leído unas 50 veces, a mis amigos, familia, pero sobre todo a mis estudiantes: cientos de estudiantes han conocido al Ballet gracias a ese texto.
Y en todas las lecturas me ha temblado la voz, se me han cristalizado los ojos y he tenido que respirar profundo para poder terminar. Mi emoción es real.
Imagino que llegó directo a tu correo, pero no sé si fue así. Tampoco sé en qué momento llegó: es posible que ni siquiera se hubieran presentado en Francia. Pero tenía tanta emoción de contactarte y hacerte emocionar, que no podía esperar para escribirlo y menos para enviarlo.
Una vez enviado, esperé la respuesta como si te hubiera propuesto matrimonio. Cuando por fin llegó, el miedo me invadió: mi emoción al verlos bailar siempre fue real, pero la historia del colombiano en Francia no lo era, y me veía obligado a mantener en pie la mentira. Mi intención siempre fue emocionarlos, no engañarlos.
Julián se enteró y me escribió:
- Negro infeliz, nos pusiste a chillar con ese texto.
- Juli, me alegro muchísimo. Pero Silvia me pregunta insistentemente quién soy y de dónde saqué el correo. Ya no sé qué decirle.
- Jum, mijito, conociéndola como la conozco, no va a descansar hasta averiguar todo.
Y así fue, terminé confesándote que no conocía Francia. Insisto, mi emoción fue real. Luego de eso, conversamos poco, lo disfruté infinitamente. Después, el silencio.
Así como cuando uno sueña con ver una estrella fugaz, llega el momento en el que uno olvida su sueño, cree que nunca pasará. Y sin esperarlo, un día sucede, y te embarga una emoción difícil de explicar; te llenas de una paz nunca antes experimentada y empiezas a sonreír involuntariamente. Así mismo fue verte: un paso fugaz que perfumó mis días de sándalo y aun hoy me hace sonreír y escribir sin esfuerzo alguno.