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¿Yo, enamorarme con el corazón?

No, imposible, yo no puedo con eso. 

No es que no tenga corazón, es que eso no tiene ningún sentido para mí.

 

Yo pierdo la cabeza, la pierdo completa y sistemáticamente: primero pierdo el lóbulo occipital. El haz enceguecedor de su sonrisa acaba con todo: contrario de contraerse como corresponde, mi pupila se dilata hasta acariciar la esclerótica y la luz sin filtro me quema la retina, me desconecta el nervio óptico y me desconfigura completamente el quiasma.

 

Después de eso todo es borroso: una aurora boreal como filtro de la realidad, cada luz es un prisma. Quedo en un estado de falso trance, porque creo que veo, pero no diferencio detalle alguno; toda mi objetividad desaparece y aprendo a moverme en una ceguera multicolor.

 

Su sonrisa la reconozco, eso sí, como un faro que me indica el norte. Esa curva es tan perfecta que abandono el recto camino. Lo bueno es que el mundo ahora es color pastel y hasta las atrocidades de la vida cotidiana adquieren tonos bellísimos. Lo malo es que frente a su sonrisa sirvo para poco, muy poco, para nada.

 

Mi mente sigue funcionando y a ciegas trato de entablar la conversación: mantengo la calma.

 

Primero es un susurro apenas perceptible. Luego se convierte en voz y ésta en melodía. Sus palabras bailan alrededor mío y despiertan mi sinestesia: la fiesta cromática de su entonación me eleva. Y antes de que pueda defenderme, tal canto angelical embiste mi tímpano, volándolo en mil pedazos, martillo, yunque, estribo, destornillador y toda la caja de herramientas de mi oído queda reducida a un líquido viscoso, púrpura, que gotea sin parar y me desconecta de la realidad.

 

El impacto es tal que el área de Wernike se desconchinfla (eso me dijo la fonoaudióloga "mijo, se desconchinfló"), y se me hace imposible diferenciar un saludo de una despedida, un madrazo de un halago. Todo se convierte en un armonioso canto que me acompaña día y noche.

 

Pero el tum tum de su corazón lo reconozco, más por las vibraciones cuando descanso mi cabeza en su pecho que por el sonido mismo (si es que no son lo mismo).

 

En este punto ya no estoy consciente del mundo real: ni lo veo ni lo escucho. Todo son colores y armonía fusionados como una sola cosa.

 

Además, tal vendaval en mi oído interno se llevó mi equilibrio. Y lo que en algún momento fueron ejes X, Y y Z, ahora es un espacio muerto, fusionado con el tiempo o su noción que desaparece para siempre.

 

Sólo imagínenlo: sin tiempo ni espacio, sin forma o sonido inteligibles. Todo junto en una nada que me encanta. Esto es una droga letal.

 

Mi cerebro, o mejor la mente que me queda en tan poco cerebro, me llama al orden, me exige que sea sensato y diga algo digno de mi edad. Pero en tal Nirvana, mi área de Brocca no encuentra neuronas sobrias para articular algo sensato. En este punto balbuceo y grito como un macaco o un bonobo.

 

No veo, no oigo, no me ubico, no digo nada coherente.

 

Al ver el impacto de su presencia, ella se acerca con culpabilidad. No sé si quiere ayudarme o matarme, solo se acerca, la siento. A cada paso, su olor se hace más intenso: al principio era agradable, luego se sobrepone a todo olor conocido y finalmente me satura de tal manera que mi bulbo olfativo estalla en mil pedazos.

 

Mi cerebro más primario ha sido destruido, y con él se va mi instinto supervivencia. Respiro el olor de su piel y de su cabello; la única forma de sacarla de mi ser sería dejar de respirar. Increíblemente me gusta, estoy casi en coma, pero me gusta.

 

Seguramente mi cuerpo se iba de lado y la caída era inminente, porque sentí su mano cogiendo la mía, casi redentora. Y ante la caricia involuntaria de su piel perfecta, mi sistema nervioso periférico colapsa: empieza con unos espasmos, se me entumece cada extremidad y un cosquilleo me invade. La columna vertebral se fragmenta en un millón de partes y mi cuerpo se vuelve líquido.

 

Siento cualquiera de sus caricias en cada poro. Y todos y cada uno de ellos se convierten en bocas microscópicas que besan la piel con la que me toca. El trance es real. 

 

Sé que estoy vivo porque siento, siempre, y pienso, a veces. Su sonrisa está al frente, la reconozco; su voz me arrulla, no para de cantar; su olor me envuelve, me eleva; y su piel besa mi piel, millones de micro bocas en lo suyo.

 

Siento su respiración cerca y todo mi mundo se contrae allí: colores, formas, sonidos, tiempo, olor, sensación... mi universo volcado a su respiración que se intensifica, es un huracán.

 

Todo lo que soy abre sutilmente la boca, y mi lengua se asoma tímida ante la revelación. Sus labios tocan los míos y luces rojas y azules se encienden y se apagan sin control. Mi lengua acaricia sus labios y, como una bestia salvaje, lanzo un mordisco... un tierno mordisco que termina siendo un suspiro.

 

Me alejo un instante, o tal vez es ella quien se aleja. Respiro profundo como si emergiera de las profundidades del océano. Y sin darme tregua viene un beso más. Todo explota millones de pedazos y el universo mismo se detiene. No hay náufrago sideral que no se muerda los labios al vernos, ni sirena intergaláctica que no cruce las piernas para contener la humedad.

 

"Una singularidad", "un hoyo negro", "un agujero de gusano", una nueva dimensión, o una dimensión entre las dimensiones. Por ahí estamos, etéreos, somos el noúmeno de un beso.

 

Y de repente, ella se aleja lo suficiente como para que mis sentidos tomen posición. Aunque creo que veo por los poros y escucho por los ojos. Sólo logro diferenciar tres palabras:

 

- sólo por hoy

 

Lentamente se gira y se va. Y yo vuelvo a la realidad con el corazón en los labios, la lengua erecta y en medio de la confusión total.

 

A mí no me vengan con el cuento de que uno ama con el corazón. Eso es para adolescentes. A mí se me va la realidad a un pozo y quedo suspendido en una utopía de la que no quiero salir, y sonrío con todas las partes de mi ser, y no me canso ni me duele la vida. Y escribo y produzco con tanta naturalidad que parece que estuviera hecho de letras.

 

Y si esto es solo una droga, me declaro adicto, me tiendo sobre el mundo y espero con paciencia la siguiente dosis, sin que me importe mucho cuánto tarde en llegar, ni cuánto me dure el efecto.

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