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Mudarse
 

Hay formas y momentos. No todas las mudanzas son iguales: algunas te llenan de felicidad, otras te desgarran en pedazos. Hoy pienso en ti y en tu mudanza, y me dan ganas de escribir.

 

Se me ocurren tres formas de mudarse cuando el mundo se desmorona, aunque sólo una es real:

La práctica:

 

Te llevas sólo lo que quepa en tus maletas, no te complicas con muebles ni con ollas, eliges la ropa que más te gusta, los libros que amas y una planta. Sales con un par de maletas como si te fueras de viaje, aunque sabes que no vas a volver. Dejas un pedazo de ti en ese lugar, pero salvas tu esencia, lo que tienes bien cerquita al corazón. Te vas con las semillas de lo que eres, con la convicción de que volverás a florecer en otro lugar y con la esperanza de no extrañar mucho lo que quedó atrás. Cierras la puerta y tiras las llaves en algún centro comercial.

 

La ideal:

 

Te bañas por más de dos horas, lloras todo lo que puedas, te pones preciosa pero casual, nada complicado. Guardas tu computador y su cargador en tu maleta. Llevas sólo una muda de ropa, bien linda, eso sí. Tu libro preferido y, por mucho, un imán de la nevera. La idea es que todo en casa quede como si no te hubieras mudado. Sales del edificio como si fueras a comprar pan, sonriente y ligera. Tomas tu Uber, llegas a la nueva casa, vacía y te preguntas ¿mi nueva cama tendrá cabecera tapizada en color verde esmeralda u oro? Tomas dos o tres decisiones rápidas y sales directo a comprarte una nueva vida, dejando morir la que quedó atrás. Sólo aplica si tienes billete.

 

La real:

 

Procrastinas un montón antes de hacer cualquier cosa. Duermes hasta tarde porque sabes que va a doler un chingo. Te levantas en silencio, caminas despacio por todo el lugar, miras cada detalle y recuerdas cuándo lo compraste (lo compraron), pasas medio día mirando y mirando, incapaz de hacer maletas.

 

Haces todo lo que te da pereza con tal de no empacar: respondes correos del trabajo, limpias las ollas. Sería más fácil si te llevaras todo, no tendrías que elegir qué se va y que se queda. Pero no es así, tienes que elegir. Y elegir te obliga a recordar.

 

Recordar. Tremenda palabra: re cordis. Volver a pasar por el corazón. Mudarse es la tortuosa tarea de volver a pasar por el corazón hasta los imanes de la nevera, recordar el momento exacto en el que los compraron, las sonrisas y la ilusión que acompaña la frase “compremos esto para la nevera de nuestra casa”.

 

Mudarse es despedirse. No sólo del presente en el que cada objeto cargado de amor se va a una caja o a la basura. O se queda en el lugar que uno abandona y uno se lleva sólo el recuerdo del objeto que te recuerda el momento feliz en el que fue comprado.

 

También es despedirse de un número infinito de momentos pasados. Al menos uno por cada maricadita que hay en casa. Los regalos de cumpleaños, los anillos de compromiso, los boletos de entrada a un concierto, las fotos regadas por toda la casa, los libros, las cartas, los cerditos bordados y los planes de viaje prepagados.

 

Ojalá fuera sólo eso. También es despedirse del futuro. Vaina absurda despedirse de lo que nunca fue. Vaina dolorosa despedirse de los sueños, del nombre de los hijos que no llegaron, de los países que nunca visitaron. Despedirse de la imagen de un par de viejitos que se abrazan para morir exactamente al mismo tiempo después de una vida placentera juntos.

 

Despedirse del futuro duele más que despedirse del presente. Finalmente, uno viene luchando con el presente, el duelo empieza cuando el presente deja de parecerse al futuro que uno había soñado años atrás. Primero la negación, luego la rabia, luego la aceptación y, finalmente, la tranquilidad. Pasos simples que toman entre tres meses y diez años, dependiendo de la efectividad de la terapia.

 

Despedirse del futuro duele tanto como despedirse del pasado. El pasado dejó recuerdos hermosos representados en objetos de mil tamaños y colores. Y éramos felices mostrándole a la visita el portavasos de Cuba o el cuadro de San Andrés, y contándoles luego la divertida historia que hay detrás de la compra del objeto. Cada historia contada revalida el éxito de la relación. Pero en la mudanza, la historia es sólo historia, y duele.

 

Yo me despedí de Facundo y de Monserrat, me despedí de un apartamento en el Parkway y de una vida en Italia. Me despedí de Coco y de recorrer Nueva York en un Maserati.

 

Despedirse del futuro es despedirse de los sueños, de esos sueños. Y a ese dolor se suma la incertidumbre. Lo más lindo del futuro imaginado en pareja es que es un camino que se recorre lentamente. Y esos sueños lejanos se vuelven completamente reales después de dar los primeros pasos. Cuando compras tu primera cama en pareja, crees ciegamente que los hijos vendrán pronto. Cuando compras el apartamento, sabes que la cosa va para largo. Entonces dejas de preocuparte por el futuro, porque lo tienes clarísimo.

 

Cuando nos mudamos, nos despedimos de ese que fuimos, de ese que somos, de ese que seremos. Y sé que todo parece malo y desolador. Pero no lo es. Hay luz al final del túnel y no es un tren en contravía.

 

Despedirse del pasado también es agradecer a la vida por haber tenido la oportunidad de vivir cosas hermosas y de tener recuerdos placenteros. Ya sea que nos llevemos el osito de peluche o no, podemos agradecerle por haber hecho parte de nuestra vida, y por ser una prueba física de que la felicidad existe.

 

Elegir qué llevar y qué dejar es una oportunidad hermosa para repartir la felicidad de los recuerdos: el imán de Panamá para ti y el cuadro de Cartagena para mí. Porque aunque el presente no sea amable, el pasado fue hermoso, y merece ser recordado con mucho amor. Y ¿si pudiéramos duplicarlo todo? Duplicaríamos la felicidad del pasado. Una foto del matrimonio para ti y otra para mí. Así, aunque ya no estemos juntos, los dos tendremos una prueba física de lo felices que fuimos ese día, y sonreiremos y le agradeceremos al universo por habernos permitido vivir algo tan bello. Y nos mandaremos amor en el presente y en el futuro.

 

Agradecer y dejar. Agradecer y botar. Agradecer y empacar.

 

Los objetos cargados de historia merecen su agradecimiento. Y si te dejo la copia de las llaves del carro viejo con una notita, piensa que esa notita tiene todo al amor que te tengo y que te tendré toda la vida. Porque podría haberlas botado, pero sé que tus padres las necesitan.

 

A los objetos, gracias por recordarnos la belleza del pasado. Aunque no haya sido eterno, sí fue real e intenso. Y nos permitió creer en el amor y disfrutarlo.

 

Al presente, gracias por ayudarnos a poner los pies sobre la tierra, y recordarnos que nadie tiene la vida comprada, sin importar cuánto gane. Gracias por volvernos más humanos, más reales, más empáticos, más sensibles, más resilientes, más capaces de volver a empezar.

 

Y al futuro que se desvanece, gracias. Porque, así como la niebla no te deja ver la carretera por la que avanzas, los futuros idealizados no te dejan ver la importancia del paso que debes dar cada día. Estamos tan seguros del nombre de los hijos que aún no llegan, que nos olvidamos de cuidar nuestra salud en el presente.

 

Un futuro sin niebla ni camino. Sin GPS ni destino elegido. Con la única convicción de que hay que andar para adelante, cuidando los pasos del presente, sintiendo la brisa de la tarde y arrugando la nariz para enfocar mejor.

 

Sólo agradeciendo nos podremos mudar. Al final no importa si te vas con una mochila o con quince maletas, si no agradeces lo que dejas atrás, el peso del pasado y del presente no te dejarán dar ni un solo paso hacia el futuro.

 

Así que gracias, gracias y gracias. Perdón por lo poquito, pero fue trabajo honesto. Hice todo lo que mi nivel de conciencia del momento me permitió hacer, convencido de que era la mejor decisión para mí, para ti, para nosotros.

 

Me mudo. Te dejo vestigios de felicidad, tú decides si guardarlos o botarlos, yo te los dejo con amor. Me llevo los míos, para recordar siempre lo feliz que fui. Y me llevo mis semillas, en busca de un terreno fértil que me permita volver a empezar. Sin prisa, sin expectativas, con una canción linda de fondo y una sonrisa sincera.

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