Edson David
Rodríguez Uribe
Tenemos que hablar
Tenemos que hablar, esto no está funcionando.
Mi único momento de paz es al despertar: justo cuando soy consciente de estar vivo, pero antes de abrir mis ojos. Es solo un instante fugaz, antes de saber quién soy, dónde estoy o a qué me dedico.
En otras épocas, un poco más vivas, ese instante era confuso porque no sabía dónde estaba. Era una desubicación sincera y hermosa. Tenía que abrir los ojos y mirar a mi alrededor para reconstruir mi vida a mil fotogramas por segundo. Luego de dos o tres segundos de trabajo intenso, mi cerebro se activaba y mis emociones me invadían. Era tal la fuerza de mi despertar que en épocas de desamor, esos dos segundos de amnesia eran los únicos segundos de paz en el día: todo el resto era dolor.
Más o menos como ahora, lamento decírtelo pero esto no está funcionando. Tengo dos o tres segundos de paz y luego recuerdo que estás en mi vida y empieza el tormento cotidiano. No tiene sentido porque se supone que yo te elegí, pero ya no te soporto. Todos los días son igual de aburridos, algunos son aburridos y estresantes; y todavía hay otros en los que grito de desesperación, lloro y prometo que esto no puede seguir así.
La verdad es que me falta valor, me he adaptado al sufrimiento al punto de verlo como mi única forma de vida. Me siento patético admitiendo que no soy capaz de dejarte. Tengo un profundo miedo, pero no sé a qué. Soy totalmente dependiente de ti, así que elijo el sufrimiento diario en lugar de saltar al vacío.
Tenemos que hablar.
Tenemos que hablar.
Debo confesarte algo: te traicioné. Y sé que me vas a echar por esto, pero es que ya no podía más. Han sido casi veinte años a tu servicio, viviendo únicamente para ti. No podía más.
Sabes que tuve una aventura hace unos años. Necesitaba un respiro, y simplemente abandoné todo y me largué. Bueno, pues lo volví a hacer, pero sin abandonarte. Estoy viviendo una doble vida: ahora, me despierto y me siento feliz; molido de cansancio, pero feliz. Luego salgo a caminar, no siempre desayuno, tomo mucha agua eso sí. Tomo fotos como si fuera mi profesión: cada día trato de tomar una mejor, y me encanta pasar una o dos horas en un mismo lugar, en busca de la foto perfecta.
Hablo como un loro: primero lo hacía solo en italiano, luego aprendí unas palabras de napolitano y hablé con algunas personas en español. Sentía un pequeño orgasmo cuando me decían que mi italiano era perfecto, llegaron a confundirme con un local. Luego empecé a hablar en inglés, todos los días, a toda hora, y con hablantes de muchos países diferentes y, por lo tanto, con muchos acentos diferentes. Mi inglés durmió más de una década, de pronto se despertó y se sentía feliz de estar vivo. Se regocijaba cuando lograba hacer que mis interlocutores estallaran de la risa con mis anécdotas.
Casualmente, compartí habitación con una brasilera y, contrario a cualquier pronóstico, hice mi primer tour sobre la historia de Roma, sobre el panteón, el coliseo y el foro, en portugués. No creí que mi portugués diera para tanto; aunque sin duda, debo mejorarlo. En el desayuno, coincidí en la mesa con un belga y un canadiense que hablaban en francés. Y me uní a la conversación con naturalidad. Me sentí bastante limitado, pero su amabilidad me ayudó a ganar confianza.
Al final del día, de esta doble vida, mi cerebro estaba exhausto pero muy agradecido, lo tenía abandonado hacía años. Para terminar, un almuerzo típico que termina siempre con un café. Un duchazo, y vuelvo a ti, como el infiel que se quita del cuerpo el olor de su amante.
Sonrío como si me agradara verte. Y hasta hago bromas sobre tus crisis, porque la verdad es que me vale verga si vives o mueres, solo dependo económicamente de ti. Desde las 3:00 pm hasta la media noche, a veces algunas horas más, estoy frente a un computador, respondiendo correos que no me interesan, sonriendo en reuniones que no me interesan, y mostrándome muy feliz por la oportunidad de ser tu esclavo.
La verdad es que solo lo hago por dinero. Te agradezco por haberme formado, te agradezco por confiar en mí, te agradezco por ayudarme a crecer. Y te confieso que estaré a tu lado solamente hasta que mi amante sea capaz de darme todo lo que necesito.
Me siento más feliz viajando por el mundo, conociendo gente igual a mí. Locos y locas con una mochila al hombro, irreverentes, desprendidos, y conscientes de que no tendrán casa, carro, beca, familia, perro ni gato.
Tendrán historias, cómplices, cicatrices, recuerdos inefables y una maleta lista para volver a empezar cada semana: en un país diferente, en un idioma diferente, con incertidumbre todos los días, pero con la certeza de que es mejor llevar la vida en una maleta alrededor del mundo, que vender tus días por tres pesos que no alcanzan para nada, a cambio de una segura muerte por aburrimiento.