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Estebitan

Bogotá, 20 de junio de 2013

 

Con este texto, pretendo hacerles saber que conozco desde hace algunos años a Helbert Esteban Muñoz Murillo, identificado con el DNI 2013007 de Bogotá. Sin embargo, me parece bastante impersonal repetir el modelo que dice las mismas palabras para todas las personas, así uno no las conozca realmente. Por ello, y me disculpo si el resultado es muy informal, quisiera contarles cómo conocí a ese señor.

 

Primero que todo, yo ni si quiera sabía que se llamaba Helbert, me enteré hoy. La primera vez que lo vi fue en el año 2006, durante un taller de narración oral dirigido por Iván Torres, de la Fundación Cultural Rayuela. Era la segunda o tercera sesión de trabajo, él llegó y se integró de inmediato. Mi primera impresión fue un poco confusa, no sabía si verlo como un compañero o como competencia; pero cuando se presentó, todo fue claro.

 

  • Mucho gusto, me llamo Edson – dije, y esperé a que él dijera su nombre, su ocupación, formación académica y todas esas cosas con las que uno trata de convencer a los demás de que es valioso.

  • Mucho gusto, soy Esteban.

  • ¿A qué te dedicas? – pregunté, esperando conocer su palmarés.

  • A nada, sólo soy Esteban.

Fue suficiente, así comenzó mi amistad con una de las personas más valiosas que he encontrado en mi vida. Una persona sin pretensiones ni necesidad de protagonismo. Entre tantos egos, es extraño que alguien te mire a los ojos y te escuche realmente interesado.

 

La siguiente oportunidad en la que nos encontramos fue en un taller de alfabetización audiovisual orientado por Marisol Soto, de la Asociación Cultural Banda Visual. Fue un taller de sensibilización a través del audiovisual en el que participamos varios jóvenes de Soacha, Cundinamarca. Una vez más, Esteban acompañó el proceso de creación de todos con un interés real y ayudó muchísimo al desarrollo de cada trabajo. Recuerdo que uno de los ejercicios era poner a grabar la cámara durante un minuto y mostrar algo, sin mayor tiempo de preparación ni edición alguna. Esteban se metió a un cuarto oscuro, puso a grabar con luz nocturna y empezó a hacer gestos de desesperación ante la cámara. Fue una imagen tan impresionante, tan natural, tan de él, que no podíamos dejar de verla. El resumen de aquel taller está en este link, vale la pena que lo vean.

 

Durante ese tiempo me enteré que él había estudiado en la Universidad Nacional. Me sorprendió que fuera capaz de convivir con todo tipo de personas, sin la necesidad de contarles que había estudiado en semejante institución; cada vez que hablaba con él, me daba cuenta de que no importaba lo que hicieras, siempre seguirías siendo tú, que el valor de una persona no se medía por sus títulos o sus bienes, sino por su capacidad de ver al otro a los ojos y regalarle una sonrisa sincera.

 

Al finalizar el 2006, fui admitido a la Universidad Nacional, y en la primera persona que pensé fue en él. Le conté con entusiasmo y su respuesta fue justamente la que esperaba: se alegró de tal manera que incrementó mi emoción. En ese punto, llegué a pensar que este tipo de crespos desordenados se alimentaba de la alegría de los demás; era como si ver a alguien sonreír le llenara el estómago, o el alma, y lo llevara a dibujar esa sonrisa sincera que le cubre media cara.

 

Desde el 2007 en adelante, sólo pude verme con Estebitan o hablar con él muy pocas veces; pero cada una de ellas la atesoro en mi memoria. Escuchar su voz me tranquiliza, me alegra saber que logra cosas nuevas cada día, que viaja por el país alegrando personas con su presencia. Me gusta mucho contarle cada cosa que me pasa porque sé que se alegrará sinceramente y que no habrá rastros de envidia o resentimiento en su sonrisa. De alguna manera, creo que todos necesitamos tener a una persona como él en nuestras vidas, una persona que nos muestre que la humildad vale la pena, que la gente es valiosa sin importar sus títulos o bienes y que siempre tenga tiempo para sentarse a tomar un café contigo y reír de los caprichos de la vida.

 

Hoy, finalmente, recibí su llamada y me preguntó con toda modestia si podía escribir algo para que una institución muy seria tuviera referencias de él, acepté encantado. Sí, lo conozco, es una lástima no poder compartir más tiempo con él, pero me alegra que otras personas puedan hacerlo. Por mi parte, cada vez que alguien me quiere contar sus proyectos o tragedias, yo me acuerdo del crespo de sonrisa amplia y trato de ser para los demás, un poco como él ha sido para mí: una persona capaz de escuchar sinceramente, capaz de mirarte sin miedos y de reír a carcajadas, tanto en los momentos de abundancia como en los de escasez.

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