top of page

Mi viejo amigo
 

Más de una década sin saber de ti. No te recuerdo con cariño, pero jamás olvidaré lo que hiciste por mí. En realidad, te vi a la cara en 2014, pero te había sentido desde mucho antes. Sabía de tu existencia y de tu poder.


Por allá en el 98, me embargó tu ansiedad y tu angustia. No podía dejar de escuchar ciertas canciones. Y tenía la infantil costumbre de llamar a un teléfono fijo a escuchar una voz, pero no decir ni una palabra.


Luego, en 2003, estuviste tan presente que conocí mi peor versión. Me creía un adulto, pero sólo era un niño estrenando cédula, con una cantidad de comportamientos insanos. Descubrí lo peor de mí, gracias a ti. Y me prometí no volver a ser esa persona.

 

No sabía que tú estabas detrás de cada idiotez que hacía, sólo las hacía y pensaba que eran ideas propias. Entre más bajo caía, más me odiaba, hasta que llegó un ángel a salvarme. Me sacó de allí con tanto amor, que prácticamente me olvidé de ti.


Desapareciste por mucho tiempo. En 2010, vi tu imagen en otro rostro, en el rostro de aquel ángel, y sólo pude sentir un poco de empatía mientras ella me daba la espalda y corría, alejándose de mí.


Algo parecido pasó en 2011: te vi en lágrimas ajenas y no hice nada para evitarlo. Y luego en 2013. Alguien más encarnando tus dones. Y yo, indolente.


Ahora creo que me permitiste verte en otras personas por más de una década, para ver mi reacción. Querías saber si haría algo para evitarte y no fue así. No sentía la suficiente empatía. Tenía el ego muy grande. Era un hijo de puta. Tan simple como eso.

 

Y ya que no quise aceptarte ni enfrentarte cuando destruías a las personas que me acompañaban, pues llegaste directo a mí en 2014: abriste tus brazos y tu sonrisa amplia me hizo saber que era mi momento.


Esta vez no iba a ver llorar a nadie por mis actos, me iba a romper en pedazos hasta que no quedara nada de lo que era antes. Recuerdo perfectamente cada sensación: lo primero fue una desconexión absoluta de la realidad, sentía que el piso se alejaba aceleradamente, sin que mis pies se movieran ni un centímetro; un vértigo inevitable me tumbó y quedé postrado con los ojos muy abiertos, respirando agitado y con la cabeza hecha un huracán.

 

Tal vez respiraba muy rápido porque empecé a hiperventilar: sentí cosquilleo en las manos y en los pies, me mareé muchísimo y el pecho empezó a dolerme como si se me fuera a salir el corazón. Sentía su palpitar en mis oídos, tenía la boca seca y no era capaz de articular ni una sola idea.

 

Todo esto pasó en minutos que para mí fueron eternos. Recuerdo que ese día, ella fue a mi casa, se acostó en la cama y se insinuó un poco. Yo estaba furioso, tenía grabada la llamada en la que me habían dicho la verdad que ella me ocultaba.

 

Justo cuando empezó a desnudarse, me acerqué en silencio y reproduje la grabación. Su piel blanca empezó a brillar, seguramente con un sudor frío, cuando escuchó la voz de su novio diciéndome que tenían una relación desde hacía un año y medio, y que ella tenía un amante. Y luego estaba yo.

 

Ella lo negó todo, se enojó, y hasta terminó de desnudarse porque sabía que yo tenía una profunda debilidad por su cuerpo. Pero ese día, no sentía deseo, no estaba conectado a la realidad, sólo quería que ella desapareciera para siempre de mi vida.

 

Le pedí que se vistiera. Salimos juntos de casa y entramos a la universidad al mismo tiempo. Una vez cruzamos la puerta, yo tomé un caminó diferente y ella gritó “¿para dónde vas?”. Yo la ignoré y seguí mi camino.

 

Yo tenía que dictar clase. Me disculpo con mis estudiantes porque debió ser la peor de todas las clases que he hecho en mi vida. No estuve presente, sólo habitaba esa utopía en la que me habías enjaulado.

 

Esa noche, grité, lloré, me hice daño. Y, casi a punto de irme a dormir, recordé que era el cumpleaños de mi madre. Así que me bañé y me fui a verla. Su abrazo era el único polo a tierra que me permitía encontrarle un sentido a la vida. Aún lo es.

 

Los siguientes meses fueron un vórtice de dolor sin pausa. Me hice daño de muchas formas posibles: físicas y mentales. Busqué ayuda psicológica, pero no estaba preparado para aceptarla. Abandoné mi cuerpo, me expuse más de lo necesario.

 

Al principio, dormía muchas más horas de las habituales. No tenía ninguna razón de peso para salir de la cama. Sólo buscaba mi mejor versión los fines de semana, cuando iba a visitar a mis padres, para no preocuparlos.

 

Te conocí perfectamente, viejo amigo. Te odié cada maldito segundo. Traté de expulsarte de mí de todas las formas posibles. Y llegué al extremo de pensar en acabar conmigo para acabar contigo.

 

Antes de tomar la decisión, alguien más de mi familia lo hizo. Y allí te vi en el rostro de toda mi gente: más de un centenar de personas desgarradas sin límite. Entendí, entonces, que el dolor que yo creía insoportable no era ni una pizca de lo que podría llegar a sentir. Y que una decisión de ese tipo, no sólo me quitaría el dolor a mí, sino que lo multiplicaría en las personas que me aman.

 

Necesité estar ante una desgracia de esa magnitud para entender que no hay forma de evitarte y que tus dimensiones son infinitamente más grandes de lo que yo había experimentado en carne propia.

 

Así que decidí tratar de entenderte. Empecé a viajar, tratando de huir de lugares y personas. Y justo antes de subirme al avión, alguien me dijo “no olvides que los demonios van en la maleta”. Y tenía tanta razón.

 

Te sentí en cada lugar que visité. Aprendí a vivir contigo. A saludarte en las mañanas y a respirar profundo cuando tu abrazo era muy fuerte. Cambié las largas horas de sueño por un insomnio incontrolable cuando empecé a soñar con ella. No quería encontrarla en mis sueños. No quería volverla a ver.

 

Escribí sin pausa para drenarte, pero sólo tomabas una forma u otra. Debería disculparme con mis pocos lectores, porque tuvieron que tragarse unos textos que eran un sable atravesando el pecho. Aunque más de uno me hizo saber que también te sentía, y me agradeció por ponerte en palabras, por darte una forma y una voz.

 

Debería disculparme con mis estudiantes, ellos escuchaban mis textos en las clases de escritura de la universidad. Algunos lloraban, otros se enfurecían conmigo y alguno llegó a putearme por tocar fibras que no me habían permitido tocar.

 

Mi viejo amigo, te volviste tan presente que te reservé una silla en la mesa y un rato al día para hablar cara a cara.

 

Pasaron años, muchos años y seguías allí. A finales de 2015 intenté tener una relación con una mujer maravillosa. Y ella, en su infinita sabiduría, me dijo “cuando tus miedos y tus dolores se encuentren con los míos, estaremos condenados a separarnos para siempre”. Y eso pasó mucho más pronto de lo que habría imaginado.

 

Necesité tres años largos para arriesgarme a tener una nueva relación. Pero, antes, debía sacarte de mi vida, no podía permitirte ser parte de esta nueva historia. Te escribí hasta que se me acabaron las palabras. Te abracé hasta que te hartaste de mí. Y hasta te amé, sí, te amé. Es lo más absurdo que me pudo pasar. Amar el dolor que me produjo una ruptura; pero entendí que, después de tantos años, lo único que me quedaba de ella era el dolor, y que cuando el dolor se fuera, ella se habría esfumado para siempre.

 

Así fue. Te despedí con bombos y platillos. Pa’ tu mierda. Te quiero mucho, pero no te quiero volver a ver. Y empecé un relación bellísima con una mujer ideal para tener mi “fueron felices por siempre”.

 

Sin embargo, la falta de trabajo en mí mismo, cobró su pago. En lugar de hacerme amigo de dolor que me habitó por tantos años, debí hacer terapia para poner cada sentimiento y cada emoción en su sitio.

 

Llevé mi relación lo mejor que pude durante cuatro años. Pude haberla llevado mucho mejor, pero mi nivel de consciencia no me lo permitió. Así que, después de una montaña rusa de experiencias, quedé solo una vez más.

 

Y “si no aprendes la lección, la tienes que repetir, como en la escuela”. Y yo no la había aprendido, así que decidí empezar a viajar una vez más. Convencido de que si corría muy rápido, iba a escapar de ti. No quería dolor, no quería volverte a ver. Muy amigos y todo, pero me caes como una patada en el culo.

 

Para mi sorpresa, “me funcionó”, y lo pongo entre comillas porque fue sólo una gran ilusión.

 

En mi éxodo por el viejo mundo, me encontré con mi propia diosa del desierto, con forma de reptil como todos los dioses. Ella me llevó a una nirvana que creí real, la creí mi casa. Y me convencí tanto de que ése sería mi futuro que cambié de país, de idioma, de trabajo, de rol, de estatus y me comprometí para casarme.

 

Muy iluso también. Pensar que podía escapar del karma, de las moiras, de lo que está escrito.

 

Con la vida resuelta y la lotería en la mano, decidí gritarle al mundo que había encontrado lo que buscaba. Y ella, encarnándote, me susurró al oído “¿acaso te lo creíste? Esto era sólo un juego”. Y yo volví a caer en el vórtice, tan familiar que hasta te saludé de abrazo.

 

Y tú ahí, siempre presente, sentadito y paciente, esperando mi regreso.

 

Esta vez sí decidí hacer terapia, y no una ni dos veces, van tres y contando. Tratando de darle orden a mi vida emocional. Tratando de lidiar con mi viejo amigo el dolor. Sabiendo muy bien que no me va a matar, pero que tampoco se va a ir de un día para otro.

 

Y hoy… bueno, pues aquí estoy hoy como en el primer día de una clase que he repetido muchas veces. Enfrentado al insomnio por culpa de visitas oníricas.

 

La gran diferencia es que esta vez no siento dolor por una traición ni por una ruptura. Hoy siento dolor porque sé que soy capaz de amar sin medida. Es ilógico, lo sé. En oportunidades anteriores, me amaban sin medida y yo traicionaba: el dolor era para ellas, yo sumaba puntos de karma. Y luego, yo amaba sin medida y ellas me traicionaban: el dolor era para mí, y sumaba puntos de dharma; hasta llegar al equilibrio al que llegué este 17 de enero.

 

  • ¿Estás en Colombia?

  • ¿Vamos por un café?

  • Claro ¿reservo 15 minutos o tres horas?

  • Tres horas

 

Hace once años conocí una mujer que se parecía mucho a lo que yo siempre había soñado. Intenté acercarme varias veces, pero ella siempre me mantuvo lejos. Alguna vez me dejó sentir el olor de su piel, sin excederme, y yo enloquecí por completo.

 

Nos encontrábamos cada dos años, nos tomábamos un café. Yo confirmaba que ella era la forma humana de mis sueños, y luego desaparecía por dos años más.

 

En esta oportuniad, la vi más humana que nunca. Con todo su dolor a flor de piel, pasando por algo mucho peor que lo que yo habría podido experimentar en toda mi vida.

 

Me sentí profundamente triste por ella, pero me hacía muy feliz poder estar cerca. Le juré que respetaría su momento y que la acompañaría como un amigo, sin ningún tipo de pretención. Y lo hice. Cumplí con mi palabra.

 

Sin embargo, ella está hecha de amor, lo respira, lo emana, lo atrae. No sé cómo hacen los hombres que la rodean en su vida personal y profesional para convivir sin enamorarse. Hasta donde sé, muchos de ellos han terminado perdidamente enamorados de ella.

 

Y yo… no pude poner límites lo suficientemente fuertes. Ella reía a carcajadas y a mí se me estremecía el alma. Ella me cogía la mano o me abrazaba fuerte, y mis piernas se convertían en una gelatina que no lograba sostenerme en pie. Ella me decía una o dos palabras bonitas y mi corazón empezaba a bailar como si nadie lo estuviera viendo.

 

Y como el destino es perfecto y nada pasa por accidente. Estuvimos juntos en una ceremonia poderosa donde las preguntas bailan a tu alrededor, se decantan y se convierten en caminos que debes transitar. No hay respuestas ni soluciones mágicas, hay caminos claros y nosotros debemos caminarlos, aunque mi viejo amigo, el dolor, sea el compañero infaltable.

 

Hoy empiezo mi camino, de la mano del dolor, pero esta vez no me impulsa la traición ni la culpa. Esta vez me impulsa el amor. Debo caminar en una dirección diferente a la de ella, por amor, por respeto, hacia ella y hacia mí. Y me duele cada célula que me compone y cada idea que me habita. Pero ya conozco bien a este viejo amigo, y sé que no me va a matar, sólo me va a abrazar por un buen rato.

  • LinkedIn Social Icon
  • icono-gmail
  • YouTube Social  Icon
bottom of page