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Luis Manuel y los artistas cyborg

Futurama es hoy, ayer realmente, o quién sabe desde hace cuánto. Benjamin nos lo dijo hace un siglo y no le prestamos la suficiente atención. Haraway lo llevó al siguiente nivel de perversión en los 80’s, y nosotros la ignoramos por estar bailando salsa con La Fania y roqueando con Queen. Pero ya no lo podemos ignorar más, están aquí, Luis Manuel y el ejercito de artistas cyborg que venden millones de dólares sin decir ni “hola”.  Lo sé, spoiler alert, ahora sí, la historia desde el principio.

 

Transcurría el año 1936, cuando un Walter Benjamin más o menos de la edad que yo tengo hoy, escribió uno de los textos que retumbaron anoche en mi cabeza, al ritmo de “Mi pendeja”, la conocida canción de Luis Miguel.

 

‘La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica’, la gran preocupación sobre el aura: ¿tienen aura las copias técnicas de las obras de arte? Pues les cuento que sí, Luis Manuel lo demostró ayer, mientras Luis Miguel lo veía desde su casa.

 

Justo antes de entrar al concierto en el majestuoso Barclays Center de Nueva York, una de las niñas soltó una bomba, que no detonó de inmediato:

 

  • ¿Sabían que hay una teoría que dice que éste no es el verdadero Luis Miguel? Sino que el verdadero se murió, y que éste es un doble con el que siguen haciendo dinero.

  • Síiii, yo escuché algo así. – respondió otra – y yo creo que es verdad porque la sonrisa es diferente.

  • Sí sí, han comparado sus dientes, y no se parecen.

  • Bueno, pero pudo hacerse algo en los dientes ¿no?

  • No no, es otro, es que ni siquiera saluda. Canta y se va y no dice ni “buenas noches”.

  • Claro, es que si habla se dan cuenta de que no es él sino un doble.

  • No, pero es que no es sólo uno, tienen un doble de Luis Miguel en cada país. Así no tienen que estar viajando sino que sólo canta el del país.

  • Entonces ¿son muchos Luis Miguel haciendo billete en todo el mundo?

 

Y seguían y seguían… yo las escuchaba fascinado. Me encantan las noche de chicas, aprendo un montón. La idea empezó a rondar en mi cabeza, buscando un rincón seguro donde anidar, y lo encontró.

 

Entramos al estadio (como tuvieron que destruir el Madison Square Garden para matar a Godzilla, entonces contruyeron el Barclays para reemplazarlo) y de inmediato me cautivó el ambiente de concierto. Llegamos a nuestra sección, nos ubicamos, nos tomamos un par de fotos, fuimos a comprar una pola y me comí una gomita porque quería algo dulce.

 

De regreso a nuestra silla y la imagen del Coliseo practicamente lleno me conmovió, ¿cuánta gente cabe aquí? ¿Cuánto habrán recaudado en taquilla? Esto es un negocio tremendo. Nos dieron unas pulseras con un dispositivo que disparaba luces de colores, controlado por un mando central. Era obvio, tenían que controlar la interacción del público para crear todo un ambiente. La idea de prender la linterna del celular quedó en el pasado, ahora todo el estadio cambia de color de acuerdo al momento del show (mis estudiantes deben estar diciendo: “profe, eso lo hacen hace 20 años, estás tan viejo que en tu época prendían la linterna del Nokia 1100”).

 

Todo el espectáculo está controlado, hasta el último detalle, se apagan las luces, la gente enloquece, música fuerte, la gente grita, humo en la tarima y sale Luis Miguel, ascendiendo lentamente en una plataforma mientras todos gritábamos y lanzábamos sostenes. Esto es una maquinita hiperespecializada de hacer dinero. Cobran en dólares, venden una experiencia “irrepetible” y ni siquiera importa si Luis Miguel es real o es un doble.

 

En ese momento, empezó todo. Una explosión en mi cerebro, un viaje sideral navegando entre las luces del estadio, la música del Sol de México, la niñas cantando a grito a herido y mi mente preguntándose pendejadas “¿y qué tal si no es el verdadero Luis Miguel? Nadie se daría cuenta, ni siquiera se le entiende cuando canta, ni saluda. Claro, es que si saluda, descubren que es un doble, porque alguien le va a pillar el acento y dirá “uy, eso sonó muy chileno”, entonces sólo pueden hacer play-back y mover la pelvis”.

 

Sería maravilloso, con una carrera reconocida, un nombre posicionado, Luis Miguel no tiene ninguna necesidad de salir de su casa, se puede quedar viendo sus propios conciertos por televisión, mientras su doble vive el sueño de ser Luis Miguel, llenar estadios, ver cómo la gente enloquece cada vez que él se mueve en el escenario, y ganar mucho billete por vivir la vida de otro.

 

Es el negocio perfecto: Luis Miguel está en casa, gordo y sin afeitar, en bata, viendo su concierto por televisión, comiendo y bebiendo. Y su doble, Luis Manuel, viaja por el mundo, produce dinero sin descanso, y se va a dormir pensando que es mejor Luis Miguel que el mismo Luis Miguel. 

 

Mi mente iba en múltiples direcciones, de fondo sonaba “Laaaaa Biiiiii kiiiiiii naaaaaa, no conoce el amoooor”, y yo me imaginaba la primera reunión, después de un arduo casting televisado, buscando al doble perfecto de Luis Miguel, con el lema “si amas a tu artista favorito, ahora te va a gustar el doble”. De hecho, el mismo Luis Miguel, el de verdad, se presentó al show y quedó en tercer lugar.

 

Luego, llevaron al doble ganador a una isla en el Caribe, allí se reunieron en una de las mansiones de Luis Miguel, y el acuerdo fue el siguiente:

 

  • Mira, muchacho, lo haces muy bien. Queremos que sigas cantando. ¿Te gustaría cantar una canción en un concierto de Luis Miguel?

  • Sería un honor, señor, es mi sueño desde niño. He hecho todo para parecerme a él, es mi gran ídolo.

  • ¿Estarías dispuesto a hacer cualquier cosa por Luis Miguel?

  • Lo que sea, señor. Lo que usted me pida. Solo es que mande, y yo lo haré.

  • ¿Tienes esposa, hijos, padres, perro? ¿Alguien que te espere en casa?

  • No, señor, no tengo a nadie, estoy solo en el mundo.

  • Maravilloso…

 

Luis Miguel los escuchaba desde la parte oscura de la habitación. Luego de la corta conversación, se acercó lentamente hacia el muchacho. Empezó a observarlo detalladamente, calculó su estatura, 1.78 cms, su complexión, sus cejas de perro giordano, estaba tan cerca que Luis Manuel se puso nervioso.

 

  • Lo quiero escuchar cantar una vez más – dijo Luis Miguel.

  • Claro que sí, señor, ¿cuál quiere escuchar?

  • Mi pendeja

 

Un par de notas fueron suficientes. Los empresarios se miraron y sonrieron. En la habitación había una luz cenital que les dibujaba a todos una ojeras macabras. Luis Manuel sintió miedo, por primera vez en toda la noche, sintió que estaba siendo parte de algo siniestro. Dos hombres murmuraban al fondo:

 

  • La curva de la ojera no es exacta, doctor, y me perocupa mucho su sonrisa, se ve falsa.

  • No se preocupen, caballeros, con algunas horas de intervención, este joven será el mismísimo Luis Miguel, el parecido será tal, que no podrán diferenciarlos.

 

Luis Manuel se atrevió a preguntar, sus piernas temblaban y un sudor frío recorría su rostro.

 

  • Perdón ¿mis orejas? ¿Doctor? ¿Qué es todo esto?

  • Dijiste que harías lo que fuera por el Sol de México ¿es cierto? – respondió uno de los hombres con mirada inquisidora.

  • Es cierto, sí, pero, la gente sabrá que soy un doble ¿o no?

  • Seguro, lo sabrán.

 

“Laaaaaa biiiii kiiiiii naaaaaa” cantabamos las 19 mil almas en el Barclays, y yo ya estaba convencido. Al principio cantaban juntos, se turnaban en los conciertos, Luis Manuel imitaba en todo a Luis Miguel, aprendió a reaccionar como él, a caminar como él. Lo único que nunca pudo imitar con exactitud fue su dialecto. Así que tenía prohibido hablar. Sólo cantar y, la mayoría de las veces, sólo hacer play-back mientras el verdadero se tomaba un descanso.

 

Años de preparación, de cirugías, de viajes juntos, hasta que llegó el esperado momento: el primer concierto de Luis Manuel, solo, sin su mentor. Estaba nervioso, no por cantar, no por los miles de asistentes… estaba nervioso porque no quería ir a la cárcel. Si los descubrían, el mundo del espectáculo colapsaría, les pedirían pruebas de ADN a todos los artistas, habría un banco de ADN con la muestra de cada persona importante del planeta.

 

“Dicen que tiene una pena, dicen que tiene una pena que la hace llorar.

Altanera, preciosa y orgullosa. No permite la quieran consolar”

 

La música fluyó, igual que el dinero. La tentación de saludar a la gente era muy grande, pero Luis Manuel sabía que si abría la boca, lo echaría a perder. Fue un profesional, como siempre. Toda su vida había tenido que actuar. Sus padres lo abandonaron de niño, su madre era italiana, él había nacido allí, pero en casa de su familia, sólo había espacio para un bebé, así que cuando se supo que venían dos, sus padres lanzaron una moneda al aire. Luis Manuel fue entregado en adopción.

 

Luis Miguel se aburría a veces en casa, pero el negocio eran tan perfecto que lo mejor era descansar y dejar que el muchacho hiciera el trabajo. Luis Manuel estaba en la cima del universo: la gente lo adoraba, llenaba estadios en cada ciudad, y se iba a casa con los bolsillos llenos y una sonrisa que ya no era la suya.

 

El único problema era el desgaste: realmente era muy difícil mantener ese ritmo de vida, sin que el cansancio se notara en el cuerpo. Lentamente, llegaron las enfermedades. Al prinicipio, fue una simple gripa, no fue impedimiento para hacer un concierto completo, pero su cuerpo le estaba avisando que algo grande venía. Algunos días no se quería levantar de la cama, le faltaba la energía, las cuentas bancarias llenas no suplían ciertas necesidades ni mitigaban las voces en su cabeza.

 

Luis Manuel se había desvanecido, siempre fue un niño carismático y juguetón, pero desde que descubrió que podía imitar a Luis Miguel y ser el centro de atención, su propia identidad se desdibujó. Lo invitaban a reuniones sociales, y él sabía que en algún punto de la noche, alguien le pediría alguna canción de LuisMi, y él sonreiría, actuando como si estuviera feliz, pero con la tristeza de saber que su destino estaba escrito.

 

La curva de la oreja, la sonrisa amplia, las líneas de expresión, sus manos… la operación de las manos fue el punto de quiebre, de no retorno. Era un concierto más, nada nuevo ni retador, cuando sintió ese dolor que le impedía coger el micrófono con fuerza. “No es nada”, dijo al principio, pero al cabo de un par de meses, le dijeron que debían operarlo, entonces supo que estaban dispuestos a todo, a reemplazar parte por parte, cada órgano de su cuerpo por uno artificial, idéntico a los órganos de Luis Miguel. Su consciencia sería el último cambio posible.

 

Harari nos lo advirtió, los cyborgs están entre nosotros. La especie humana tiene fecha de caducidad, seremos reemplazados enteramente por máquinas eternas, hechas de materiales que no caducan, con la consciencia de alguien que pagó para vivir dentro de ese aparato de titanio que recorrerá el tiempo y el espacio, sin necesidad de oxigeno para respirar ni de ocho vasos de agua al día.

 

El Homo Deus cantando “Tú, la misma de ayer… la incondicional, la que no espera nada…” una y otra vez, produciendo dinero sin descanso, porque no lo necesita. Luis Miguel lo sabía, sabía que tarde o temprano querrían intervenir su cuerpo. Mucha gente gana dinero por su trabajo, él es un producto, y no tiene derecho de cansarse ni de deprimirse, de engordarse ni de morirse. LuisMi sabía que en el mismo momento en el que dijera que estaba cansado, lo iban intervenir, así que aceptó la idea de trabajar con un doble, de entrenarlo, de soltarlo poco a poco hasta que pudiera hacer conciertos solo, y que viajara y disfrutara, tanto como pudiera.

 

Anoche, en el Barclays, a mitad de una canción que todas se sabían y yo no, apareció un viejito, y el estadio perdió el control. Empezó a cantar con una voz familiar, y alguien gritó:

 

  • Es Frank Sinatra ¡!! – y todas gritaron desesperadas

  • Pero ¿Sinatra no se murió en los noventas? – dijo otra, y todas nos miramos.

 

Frank Sinatra, claro. Tiene todo el sentido, si los cirujanos y los científicos pueden inmortalizar a Luis Miguel en el cuerpo de Luis Manuel, ¿por qué no construirían de cero a Frank Sinatra? Lo pueden alimentar con toda la información que hay sobre Sinatra en internet. Pueden hacer conciertos con estadios llenos, presentando a Sinatra, a Michael Jackson o a Freddie Mercury. A nadie le va a importar si son los artistas reales, sus dobles o un grupo de robots con forma humana, tan naturales que sería imposible diferenciarlos.

 

Lo único que importa es la experiencia, no la realidad, pagamos por la experiencia, en las gradas hay miles de autómatas detrás de un celular, grabando cada segundo del concierto, almacenando gigas y gigas de información que nunca volverán a ver. Y que usarán para ufanarse de haber vivido el concierto de Luis Miguel, pero ni ellos ni Luis Miguel son reales. Luis Manuel cyborg hace play-back mientras una súper cámara montada en un dron lo enfoca de cerca. El espectador autómata es incapaz de vivir la experiencia, sólo puede registrar con su celular todo lo que pasa frente a sus ojos. Se tomará una foto y publicará en redes #nochedeconcierto #aquíconLuisMi #unplantranqui

 

Entonces miro a las niñas desde lejos, estoy dándole la vuelta a Mercurio y preguntándole por qué es retrógrado, que si todo bien en casa. Todo el evento está conectado, todo tiene sentido, Luis Manuel el italiano y Luis Miguel el puertorriqueño, juntos como El Sol de México, y el cinismo de la industria es tan grande que a mitad del Show disparan papelitos de colores formando el tricolor de la bandera italiana, y ¡nadie se da cuenta!

 

Y suena mi canción “Si no supiste amar… ahora te puedes marchar”. Y me dejo llevar por la música y por la letra, recuerdo al paisa cantando la canción en el karaoke, me imagino a mí mismo cantándola, y mi último rastro de consciencia me pregunta “¿y qué tal que yo también sea el doble cyborg de alguien que está en casa viendo televisión, feliz por no haber tenido que ir al concierto?”

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