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Playa Girón

 

Debí escribir tan pronto tuve consciencia; pero hoy, tantos días después, las imágenes pierden nitidez. Lo hago ahora, antes de que se me escape para siempre el olor de su piel.

Esta vez, escribo para mí, no para ti, porque sé que no lees este tipo de cosas, y no estarías de acuerdo con que inmortalice tu nombre. Escribo para apresarte, para secuestrar tu sonrisa y disfrutar de ella cada vez que lo necesite.

Los planetas se alinean con poca frecuencia, y cuando pasa, la perfección toca mi puerta, en formas tan diferentes que me cuesta entender cómo funciona la vida: tú llegaste sin merecerlo, pero te ganaste un lugar de inmediato. Fue trampa, por supuesto, ¿cómo podía negarme? con esa blusita transparente de puntos blancos, tus ojos de lince, y esa sonrisa mágica, adornada por un lunar que lleva años tratando de besarte. Pediste un cupo en mi curso y yo acepté encantado, incluso antes de que tomaras la palabra.

 

Varias veces traté de hablarte fuera de clase, pero la puntualidad jamás fue tu fuerte, siempre llegaste tarde, y huiste antes de que terminara de despedirme. Te busqué por correo, por chat, y hasta abriendo grupos extra académicos, pero nunca respondiste.

 

Hasta que cualquier día, me empezaste a hablar como si fuéramos amigos de toda la vida, y reímos juntos, me diste tu teléfono, y me preguntaste hasta por mi tiempo libre. Hiciste planes conmigo, y luego de un par de días de conversación, te estaba esperando un domingo en el centro de la ciudad, para hacer deporte juntos. Llegaste tan tarde que pensé que me ibas a dejar metido, respiré profundo, y puse una hora límite; ignoré tal hora por las ganas de verte y me vestí de paciencia. Sin duda, valió la pena.

 

Si me preguntan cómo pasó, simplemente puedo decir que todo marchó siempre a tu ritmo: aparecías y desaparecías; te interesabas mucho y luego eras totalmente indiferente. Y yo, que amo la fuerza del mar, tanto como sus caprichos, simplemente me quedé en la playa, esperando a ver si me mojabas los pies, si me bañabas completo o si tratabas de ahogarme.

 

Suicida, para variar.

 

Una mañana de deporte y muchísima charla. Debo confesar que me encanta el dialecto que hablas: es sonoramente delicioso, está lejos de los estereotipos de sensualidad, y es tan limpio que no te imagino hablando diferente.

 

Luego de hablar, caminar y sudar durante algunas horas, fuimos a desayunar, descansar, y escuchar un poco de música. Mi conciencia y mi razón estaban totalmente activas, hasta que sonreíste con picardía, y dijiste:

 

  • ¿y entonces qué, fumamos?

 

No lo pensé un segundo. Sacaste la marihuana (cripy, en realidad), fumamos, y empezamos nuestro viaje: la música sonaba de maravilla, la sensación de consciencia e inconsciencia me encantaba, la noción del tiempo desapareció, y sólo estabas tú, con tus leggins negros, tu cuerpo de atleta y el universo detenido, mirándonos con morbo.

 

Todas nuestras preguntas tenían un tinte sexual, nuestras frases parecían una invitación, y terminaste confesándome algunas de tus fantasías: enloquecí, era demasiado para mí; sólo imaginarte haciendo lo que me contabas que habías hecho, y lo que querías hacer, me llevaba a un estado de éxtasis que no logro describir. Era como si me aceleraras directo a un abismo y esperaras a que yo frenara; no lo iba a hacer.

 

Busqué la manera de acercarme: te sentaste en la esquina de la cama, y no logré convencerte de que te acercaras un poco, así que me acerqué yo: acaricié tus piernas, pero me alejaste; tomé tu mano y me rechazaste; y después de algún movimiento extraño, vi un sutil brillo en tu ombligo

  • ¿tienes piercing?

  • Puedo verlo

  • No –te quedaste en silencio unos segundos- pues es muy chiqui.

Levanté tu camiseta y lo miré, lo acaricié un poco, sentí tu respuesta brusca: decías que no con tus palabras pero aceptabas que te recorriera con mis manos. Te paraste, tratando de poner orden a la situación, yo me senté en la cama y, lentamente, abracé tu cintura de muñeca: empecé a morderla suavemente, a lamerla un poco, y a bajar ruedo a ruedo tu segunda piel: antes de notarlo, sólo te protegía una tanga diminuta que dejaba tus nalgas redondas listas para un beso, un mordisco o el juego de mi lengua inquieta. Lo disfruté como si fuera mi desayuno.

 

Y aunque la droga había hecho su efecto en ambos, te alejaste y dijiste con firmeza.

  • Oye, no, yo no vine a follar. Tengo novio, y no pienso dañar mi relación por tener sexo casual.

  • Entonces cuádrate conmigo, así no será casual.

 

Amo las respuestas que vienen a mi mente, principalmente bajo el efecto de ciertas sustancias. Aunque reíste un poco, nos detuvimos. Freno inmediato, control y descanso. Me sentía feliz de tenerte cerca. Me gustas tanto, que sólo te admiré, y tú sonreíste: mis palabras mantenían tu sonrisa reluciente, yo no quería que el momento terminara jamás.

Al momento de irte, todo quedó muy claro:

  • Esto no puede volver a pasar - dijiste

  • Me dejé llevar, lo siento

Pocas palabras, conversaciones casi inexistentes, miradas ausentes, total cordialidad. Realmente, ese momento desapareció de nuestras memorias: fue un lindo día de ejercicio, y luego cada uno tomó su camino.

 

***

 

Me encantaría, pero no recuerdo la excusa del segundo día, sólo recuerdo que me pediste un helado, para sentir el sabor aumentado por el efecto de la droga:

  • Nada es gratis – dijiste

 

Fue un sábado, volví a casa de prisa luego de terminar clases (a decir verdad, dejé la última clase a la mitad); tú pasaste a saludarme, bella como siempre. Esta vez llegamos directo a fumar y a comer. Pusimos música fuerte (Las baterías resonaban en mi pecho) apagamos las luces, y tus ojos de hechicera brillaban con el reflejo del TV; sonreías, y tu rostro llegaba a un punto de total armonía cuando tu sonrisa estaba en su máxima expresión.

 

Erupción de chocolate así se llamaba el helado: una base de vainilla, crema de chocolate, dulce de mora y algunas cositas más que no logro recordar. En medio del trance, lo abrimos, y empezamos a jugar con las cucharas: fue un momento maravilloso, muy sensual; disfruté mucho verte comer, verte sonreír (creo que tu sonrisa es lo que te hace tan sexy; y provocarla me hace muy feliz). El sabor de la mora, la sensación del frío, el calor de mi cuerpo, las gotas de chocolate en tus labios, los colores y sabores mezclados y aumentados. Orgasmo de chocolate, vainilla y mora: nunca un helado me supo tan bien. 

 

Me comprometí a portarme juicioso, así que me acosté en la cama, me cogí fuerte las manos para no tocarte; y me dediqué a mirarte desde lejos. Tú sonreías desde las silla (desde el puff, realmente).

 

Estarías como a un metro, sentada con las piernas cruzadas. Te hacía gracia verme luchar por portarme bien: tu cabello caía en ondas enmarcando tu rostro, tus ojos pardos me atravesaban y tu sonrisa me llevaba a mi nirvana.

Mis ideas fluían sin esfuerzo:

  • Podrías quedarte ahí quieta un poco, por favor, tal vez, unos diez años.

  • Jajajajaja ¿por qué? ¿para qué?

  • Es que me gustaría guardar esta imagen en mi mente por el resto de mi vida. No te muevas, por favor.

Sólo sonreías, y entre más lo hacías, más me gustabas.

En persona, me costaba controlarme y tú ponías los límites; pero cuando hablábamos por chat, tú empezabas con las preguntas indiscretas, las revelaciones más candentes y hasta alguna foto que me llevó a perder la razón. No había frase que no tuviera una carga sexual. Yo estaba a punto de explotar, sólo quería recorrer tu piel. Tú disfrutabas de mi sufrimiento, sonreías, jugabas con tus palabras y me llevabas al límite con cada pregunta.

 

Ya me habías dicho qué te gustaba, así que estiré mi mano para acariciar la tuya: dudaste un segundo, y luego me la diste. Bajo el efecto de la droga, toda la piel se convierte en una zona erógena, y pide ser tocada, es como si cada poro se sintiera envidioso de aquellos que son tocados, y todos gritan a la vez. Tu piel canela estaba tibia, tu sonrisa no desaparecía, y decidiste sentarte en la cama. Apoyé mi cabeza en tus piernas y sentí que mi oreja se quemaba: ardías.

 

Mientras hablábamos de cualquier cosa, mis manos recorrieron todo tu torso, jugaron con tu espalda, y se acercaron sin miedo a tus senos. Casi como si fueran de mi pertenencia, los tomé con firmeza, halé tu bucito hasta sacar tus pezones y empecé a jugar con mi lengua en ellos: mordí un poco y dejé que mis labios los acariciaran tanto como pudieran. Tu cara de placer me excitaba aún más: me mirabas con esa combinación de deseo y angustia, mientras yo me deleitaba con el sabor de tu piel.

 

Sin quitarte realmente nada, te recorrí completa con mis manos: tus gestos de placer me encendían sin medida. Los dos sabíamos que estaba prohibido: tú no debías porque tenías novio; yo, porque eras mi estudiante; pero los dos nos dejamos llevar por los mandatos de la piel y terminamos casi desnudos jugando con nuestro cuerpo.

 

  • No va a pasar – dijiste con total seguridad y sonreíste un poco. Yo sólo sonreí mientras miraba cómo me masturbabas.

Disfruté de tu cuerpo casi completamente desnudo. Te llevaste toda mi saliva en tu piel y yo me quedé con tu silueta tatuada en la retina: aún la tengo aquí.

 

Con más decisión que nunca, dijiste

  • No puedo volver a esta casa, y tú y yo no podemos volver a fumar juntos. Hoy nos pasamos.

Estuve de acuerdo, y te pedí que no volviéramos a fumar. Estaba comprobado que era la excusa ideal para dejarme llevar. Lo manejamos como adultos, pero el deseo estaba en el borde de la copa: no nos podíamos volver a ver.

 

***

 

Te escribí un par de veces y no respondiste. Fuiste a clase y no sonreíste. Esperé un saludo que nunca llegó. Me senté en la playa y el mar se fue, quedé ante un desierto con corales y muchos peces muriendo de sed.

 

Entendí que la decisión de no volvernos a ver era real. Y aun así, lo seguí intentando: te propuse vernos un viernes en la tarde, aceptaste encantada y me dijiste que me llamarías cuando estuvieras libre; sigo esperando esa llamada.

 

Finalmente, llegó el cierre del semestre, las ocupaciones académicas y laborales siempre generan deserción en materias como la mía: me escribiste para disculparte por tu ausencia, y para pedir algo de asesoría; yo respondí como me enseñaste.

 

  • Mira, esta asignatura es electiva, cada quien trabaja y aprende al ritmo que quiere y puede. Organiza tu tiempo; si necesitas algo, cuentas conmigo.

  • ¿Puedes este viernes en la tarde?

  • Seguro, me llamas

  • Dale

 

Estaba completamente seguro de que no llamarías, así que programé mi día para trabajar sin pausa: eran las 4:00 p.m. y yo estaba haciendo una tutoría a una estudiante de maestría, no tenía prisa, esperábamos tener su trabajo listo ese mismo día; pero sobre las 5:00 p.m., recibí tu mensaje.

 

  • Hola, ¿qué haces?

  • Nada, en casa

  • Ya estoy libre

  • Yo estoy haciendo una tutoría, acabo en unos 15 minutos.

  • Dale, me avisas

 

La verdad, apenas empezábamos con el trabajo, y yo no encontraba la forma de sacarla de inmediato. No quería perder la oportunidad de verte. Pasaron 20 minutos, y yo me inventé una excusa tonta para despachar a la chica; luego te escribí.

 

  • Ya estoy libre.

  • Vale, voy en un rato - respondiste 

 

Ese rato fue eterno: ella no se iba y tú no llegabas. Unos 20 minutos después, me escribiste:

 

  • ¿Preparaste cafecito?

  • Chocolate

  • Vale, ya voy para allá. Se me va a descargar el celular, estás pendiente.

  • Dale, te espero en la puerta.

 

Me levanté de inmediato, la chica recogió sus cuadernos de prisa, un poco apenada por retrasarme. Bajamos a la puerta y se quedó hablando otros cinco minutos. Ella se despidió y tú llegaste (traté de no sonreír de emoción al verte, pero fue imposible).

 

Subiste, entraste, te sentaste, te serví chocolate, abrí el computador, y me dispuse a explicarte el trabajo que debías hacer. Tú sonreías un montón, como siempre. Empecé a explicarte y noté una reacción tardía a una pregunta que te hice. Era evidente, estabas drogada.

 

  • ¿Fumaste?

  • Pero, dijimos que no íbamos a fumar juntos.

  • Pero, como me tocaba esperarte, pues fumé.

  • No es justo, yo también quiero.

  • No, tú no te sabes controlar.

  • Yo sé que no, pero también quiero… ¿te conté que me tatué?

  • Siiiii, déjame ver.

 

Lo sé, fue trampa, pero tú empezaste. Me quité el buzo y me levanté la camisa. De inmediato pusiste tus manos en mi piel, y me miraste fijamente.

 

  • Quería un tatuaje a color, pero soy muy negro y los colores se opacan, así que tuvimos que hacerlo en negros.

  • Yo sólo tengo negros los hombros – y de inmediato descubriste tu hombro derecho para mostrarme.

Pero más que mostrar, querías que lo tocara. Te quedaste ahí hasta que puse mi mano sobre tu piel: primero en el hombro derecho, luego en el izquierdo, el cuello, un poco en la espalda.

 

Me senté en el puff contigo, abrí mis piernas y te tomé de la cintura para traer tu cola hacia a mí, lo hiciste encantada. Te quité el abrigo y quedaste con un camibuzo en lycra, azul oscuro. Metí mis manos bajo tu ropa, directamente en tu cintura, corriste el cabello para sentir mi respiración en tu cuello; recorrí tu espalda hasta arriba y noté que no tenías sostén, así que rodeé tu torso y tomé tus senos con mis manos abiertas. Lo disfrutaste un poco, y luego te levantaste sin prisa.

 

  • Ven, fumemos – dijiste

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