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Un sueño hermoso

Hoy me despierto de un sueño hermoso, abro los ojos en la casa de mis padres, y no sé si realmente me fui por tantos días o si sólo tuve un lindo sueño.

 

Me duele el cuerpo, tengo algunas heridas sin importancia y mi piel está tostada por el sol. ¡Qué sueño tan real! Empezó con mis amigos, luego vinieron climas, paisajes, sabores e idiomas diferentes… mucha playa, mucha arena… carnavales, licores y recorridos interminables.

 

Lo mejor llegó al final: la mujer de mis sueños apareció cuando tenía mi maleta al hombro. Era muy poco probable, pero lo que empezó en un saludo de fin de año se materializó una semana después.

 

Una falda roja, un top blanco y una seda jugaban con tu piel. Piel canela, cabello ondulado y una sonrisa que me quitó el cansancio de inmediato: “¡mucho gusto!” dijiste, un poco en broma, un poco en serio.

 

Lo confieso, estaba muerto de miedo, siempre te vi tan lejos, tan mágica, tan inalcanzable. Actué con tanta naturalidad como pude, pero me temblaban las piernas, me di un duchazo, y el agua fría apaciguaba mis pensamientos: “es hermosa” repetía sin parar una voz en mi cabeza.

 

Me cautivó el rincón de la lectura, y los maravillosos títulos que adornaban la biblioteca; me hechizó tu sonrisa cuando recibiste el regalo inocente que te llevaba; me embrujó el olor de tu cuerpo a la distancia.

 

Caminamos un poco, mucho, cenamos, brindamos, bailamos… bailamos, y al sentir tu cuerpo cerca me convencí de que era un sueño. Nuestros cuerpos se movían sin prisa, sin pretender alardear. Estaba extasiado por sentir tu piel, tu olor, no me pude contener y besé tu hombro: sentí un escalofrío de inmediato, pensé que te enojarías y me alejarías… pero no lo hiciste. Mi corazón latía a toda velocidad, pasé mis dedos por tu piel, y sentí tu mano acariciando mi barba. Tenía que ser un sueño.

 

Cada vez estábamos más cerca, nuestros cuerpos se unieron por completo, no pude disimular mi emoción, pero cuando descubrí que no te importaba, lo olvidé. Bailamos tan cerca, tan íntimo, tan solos que tomé la decisión más arriesgada de la noche: lancé un beso fugaz, no te di tiempo de reaccionar, te mordí, jugué con mi lengua sobre tus labios… y respondiste.

 

Mi corazón se detuvo.

 

Corriste tu cabello y descubriste tu cuello, lo besé, luego tu hombro, tu rostro, y me alejé para mirarte. Tu sonrisa es simplemente perfecta: el artista que te diseñó se tomó el tiempo necesario para cada detalle, y estoy seguro de que dejó tu sonrisa para el final, con instrumentos nuevos: cincel, lijas finas, algodones, pinceles y los mejores colores… debió tardar varias vidas en lograrla, las valió.

 

Al llegar a casa te encerraste en tu habitación, me duché, te duchaste, y acepté que era hora de dormir. Estaba organizando mi maleta, a las 3 de la mañana, esperando a que abrieras para desearte buenas noches. Cuando escuché tu puerta, solté un suspiro sutil. Te asomaste a mi puerta y sonreíste: “buenas noches”

 

Me levanté despacio, me acerqué, traté de mirarte a los ojos, pero tu pijamita pequeña se robó mi mirada. Te besé sin dudarlo, y empezó un juego hermoso: te beso, te alejo, te abrazo, te empujo, te invito, te rechazo, te deseo… pero está prohibido.

 

Nuestros cuerpos jugaron y sentí como si el mar mismo acariciara mi piel, a veces suave, a veces con furia…

 

Despertar a tu lado fue lo más lindo y lo más extraño de todo. Soñar con tal realidad, y despertar al lado de tu sueño: sentir su olor, su sabor, ver su sonrisa… sigo creyendo que fue un sueño; tal vez un sueño dentro de otro sueño.

 

Campeona, consentida, sonriente, ausente, amante… compartir una cena, algo de música, consentir tu cuerpo sin prisa, curar tus heridas y golpearte un poco, descubrirte con mis labios y verte recorriéndome.

Es un sueño del que no quiero despertar.

 

Hoy desperté a 450 km del lugar donde quiero estar: a 450 km de tu piel, de tus besos, de tus caricias;

a 450 km de tu sonrisa.

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