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Cataratas
 

"¿Qué haríais si Dios os hablara directamente a la cara y os dijera: 'Os ordeno que seáis felices en el mundo mientras viváis?'"

 

Cuando atravesaba mi tierna adolescencia, una de mis tías maternas me regaló un libro que me cambió la vida. Es un libro tan simple en su mensaje, pero tan poderoso en su forma. Simplemente puso todo en perspectiva y mi vida cambió de color.

 

‘Ilusiones’ es el nombre del libro

Richard Bach, su autor

 

Sí, el mismo de ‘Juan Salvador Gaviota’. De hecho, en la primera página, el autor nos cuenta cómo nació ‘Ilusiones’ y dice que, en su mente, había quedado la pregunta “¿Y ahora qué? Después, de Juan Salvador ¿todavía le quedaba algo por decir?”. Lo que me obligó a leer Gaviota antes de empezar con Ilusiones. Cosa que toma cerca de 15 minutos y embellece la vida.

 

También describe de una forma hermosa su proceso “creativo” y yo no podría estar más de acuerdo. Palabras más, palabras menos, decía que, de un momento a otro, empezaba a sentir una presencia que lo acechaba, lo acorralaba y que, en algún momento de distracción, ese algo sin forma lo agarraba por el cuello y le susurraba, casi amenazante: “no te voy a soltar hasta que me pongas con palabras en un papel”.

 

Así nació ‘Ilusiones’, y así nacen casi todos mis textos que, a estas alturas, ya deben ser más de cien, entre los publicados, los perdidos y los que se quedaron sin un final porque a la vida no se le dio la gana.

 

Ilusiones cuenta la historia de un mesías, no Jesús, otro entre los muchos que han venido a la tierra: Donald Shimoda, un personaje de ficción cuyo rostro tengo grabado en mi mente como si lo hubiera visto en persona, sentado en el prado, recostado contra la llanta de su avioneta, con el cabello largo y negro, más negro que el caucho de la llanta sobre el que estaba apoyado; y con esos ojos inquisidores que me gustan en un amigo, pero me molestan en cualquier otro.

 

No es mi descripción, es la de Richard, pero la recuerdo como propia. Don era un mesías que había renunciado a la tarea de serlo. Se había desentendido de la responsabilidad de salvar la humanidad, y se había dedicado a pilotear una avioneta, dándole paseos a personas de pueblos perdidos en la mitad de las llanuras norteamericanas.

 

Ya tendré la oportunidad de leerte ‘Ilusiones’ cuando estemos juntos. Ése te lo quiero leer mientras descansas tu cabeza en mis piernas. Lo recordé porque, justo ahora, tú y yo estamos viviendo una ilusión, y hay dos imágenes que dibuja el libro, que describen perfectamente lo que nos pasa.

 

Cuando Don decide renunciar a ser el mesías, lo hace desde un monte, hablándole a cientos, miles de personas que lo escuchaban sin ningún esfuerzo sin importar que estuvieran a dos metros o a cien.

 

Y mientras renuncia, le cuenta al gentío:

 

A la orilla del río, vivía una comunidad cuya vida consistía en aferrarse a las ramas para evitar que la corriente se los llevara. Desde que nacían hasta que morían, su único objetivo era aferrarse. Sin embargo, un joven curioso y cansado del sinsentido de la vida, empezó a preguntar a los mayores “¿qué pasaría si una persona se soltara y se dejara llevar por la corriente?” A lo que la comunidad entera le respondía “pues, se moriría, así de simple. Nuestra vida consiste en aferrarnos. Y si alguien osa soltarse, sería destruido por la corriente que tanto venera”.

 

A pesar de las múltiples advertencias de los mayores, el joven decidió dejarse arrastrar por la corriente, así que se soltó. Y tal como había dicho la comunidad, la corriente lo llevó directo contra las rocas, lo golpeó, lo revolcó y se perdió para siempre de la vista de los que lo conocían.

 

Todos ellos lamentaron su pérdida y reafirmaron la idea de que soltarse era mortal. Y cuando alguien pensaba en hacerlo, le contaban la historia del joven que lo intentó y fue destruido por la corriente.

 

Sin embargo, luego del primer golpe y el gran revolcón, la misma corriente levantó al muchacho a flote y lo llevó río abajo, casi protegiéndolo de lastimarse.

 

Cada vez que alguna comunidad lo veía pasar, se escuchaban gritos de asombro: “miren, es un Dios, es un mesías, él puede dominar la corriente” y el muchacho les gritaba de vuelta “yo soy igual a ustedes, sólo deben soltarse y confiar en la corriente”. Pero nadie lo escuchaba, sólo gritaban una y otra vez “es el elegido, él domina la corriente a la que nosotros le tememos”.

 

Y cuando ya había pasado frente a la comunidad, ésta se quedaba tejiendo historias del enviado de Dios, capaz de dominar las corrientes.

 

Por supuesto, no son las palabras exactas de Richard, pero era una vaina así. La idea era justamente esa: “déjate llevar por la corriente a la que tanto le temes. Aunque no lo creas, no te va a matar, sólo te va a sacar a flote y te va a permitir ver lo que nunca hubieras imaginado”.

 

Y yo, un pelao de 16 años, sin la menor idea de qué hacer con la vida (eso no ha cambiado mucho) recibí ese mensaje como si viniera de un verdadero mesías: “suéltate, confía en la corriente”. Y eso hice, me dediqué al fútbol que tanto amo, intenté ser un jugador profesional, tuve mis minutos como profesional, me abracé con los ídolos de mi infancia y, bien pronto, descubrí que ese camino no era para mí, así que decidí aprender a leer y buscar una nueva vertiente del río para seguir mi navegar.

 

Volviendo a Shimoda, el mesías que renuncia a su tarea divina. Luego de tratar de explicarle a la multitud que todos ellos podían ser sus propios mesías, siempre que decidieran soltarse y confiar en la corriente, deja en el aire una pregunta ante la que todos hicieron un silencio sepulcral, mientras él se perdía entre la gente, para siempre:

 

"¿Qué haríais si Dios os hablara directamente a la cara y os dijera: 'Os ordeno que seáis felices en el mundo mientras viváis?' ¿qué haríais entonces?"

 

Han pasado 25 años desde que ese libro me dio la fuerza necesaria para soltarme y dejarme llevar por la corriente. He cumplido mi voto de fe y he navegado corrientes de todo tipo: unas calmas y relajantes, y otras salvajes y destructoras. Ninguna me ha matado, pero algunas me han dado tan duro, que me he sentido al borde de la muerte.

 

Eso sí, he seguido el mandato de ese dios. He vivido mi vida como si me hubieran ordenado se feliz: he jugado fútbol hasta exponer mi salud física, he aprendido cosas nuevas cada día, he enseñado lo mejor que he podido durante más de dos décadas y he amado sin medida, entregando mi vida por completo.

 

Ése he sido: un deportista apasionado, un estudiante curioso, un profesor comprometido y un amante desbordado. También he sido un hijo respetuoso, un amigo leal y un caballero que cumple con su palabra. También he hecho una que otra picardía, no las voy a negar tampoco.

 

De lo que sí estoy seguro es de que me solté hace años y dejé que la corriente me llevara. He buscado mi felicidad sin descanso y he aprovechado cada instante que he tenido para ser feliz. Yo decidí soltarme y muchos de los que me conocían me dieron por muerto.

 

Puede ser que tú no hayas decidido soltarte al inicio, puede que la rama a la que te aferrabas se haya roto. No importa. Lo importante es que ahora estás a merced de la corriente, como yo.

 

Recuerda que el primer instante es doloroso, da pánico y genera incertidumbre. Duele un chingo y no se ve la luz del sol. Pero, poco a poco, haces de luz te iluminan la cara. Y antes de notarlo, ya estás a flote nuevamente, con la tranquilidad de haber superado la turbulencia.

 

Y entiendo bien que quieras mantenerte en aguas calmas conmigo, porque estás cruzando tu propia turbulencia. Estás buscando la calma del lago para recuperar tus heridas. No es buena idea lanzarte a la aventura de las aguas rápidas y desconocidas en este momento, en estas condiciones. Pero rara vez podemos decidir cuál es el momento adecuado.

 

Y ahora, justo ahora, nuestras aguas calmas van tomando velocidad. Somos conscientes de ello y nos miramos con la picardía de dos niños que están a punto de hacer una travesura, con miedo y con emoción.

 

El lago calmo en el que nos leemos cuentos, nos acompañamos a cocinar y nos dejamos ser, sin filtro, se va convirtiendo es un riachuelo atrevido y potente. Nos tomamos de la mano y nos dejamos llevar. Hablamos de las aguas bravas que hay más abajo como si supiéramos lo que estamos enfrentado, y seguimos para adelante. Conscientes pero silentes.

 

La corriente gana turbulencia, las aguas se vuelven rebeldes y emocionantes, y empezamos a navegar en un vértigo que tiene una razón de ser: vamos rumbo a un abismo.

 

Dos, a decir verdad, esta hermosa corriente que navegamos gana velocidad cada día. Y podría decir, sin miedo a equivocarme, que tengo la fecha exacta en la que caeremos por una de las dos cataratas hacia las que vamos.

 

Tú y yo, a toda velocidad, a merced de la corriente y sus caprichos, tratando de darle curso a este botecito en el que nos montamos, muertos de miedo, llenos de emoción, tratando de disfrutar las últimas olas antes de caer inevitablemente.

 

De un lado, una de las cataratas destruiría el botecito en mil pedazos y tú y yo volveríamos a navegar ríos diferentes. Quiero creer que, si nuestros caminos se separan, el cariño que hemos construido nos mantendría unidos y seguiríamos cuidándonos a la distancia, deseando lo mejor para el otro y estando ahí, como amigos, siempre con los brazos abiertos para cuando sea necesario un abrazo en silencio.

 

Esa caída tiene el 50% de probabilidad, me asusta terriblemente pensar que podemos volver a la amistad silenciosa en la que hemos vivido por más de una década. Siempre fuiste una imagen más que una persona. Un número que me aprendí de memoria, una sensación hermosa y unos recuerdos poderosos.

 

Hasta hace unos meses, tú presencia en mi vida era una idealización, un anhelo, una certeza de que existe una mujer que se conecta con mis más grandes sueños, pero con la tristeza de saber que no estaba interesada en mí.

 

Volver a navegar corrientes separadas es quedarme con la ilusión entre las manos, con el rostro iluminado por frases hermosas que dibujaban trazos de un futuro juntos, pero que nunca llegaron a ser una realidad.

 

La catarata de la amistad no nos mataría, pero sí generaría un dolor crónico, no tan leve como para ignorarlo ni tan fuerte para morir por él. Eso sí, tan constante que sentiría una punzada en el pecho al ver el atardecer, al leer un cuento e imaginar tu voz o al envejecer solo en un apartamento de 28 metros cuadrados, acariciando a mi gato Caronte mientras me tomo una copa de vino en la madrugada silenciosa.

 

Le tengo pavor a esa escena. De alguna manera, siento que es mi presente, pero sin Caronte. No logro imaginar hacia adónde te llevaría esa corriente luego de nuestro adiós. Pero estoy seguro de que volverías a reír a carcajadas, sin límite ni medida. También estoy seguro de que tendrías pretendientes maravillosos que te harían pensar seriamente en creer una vez más en el amor.

 

Hasta ahí llega mi visión. Y eso dice mucho de mi ilusión. La catarata de la amistad tenía el 100% de probabilidad hace seis meses, 75% hace tres y sólo 50% hoy. Es posible que, dentro de tres meses, tenga sólo el 25% y el cero dentro de seis.

 

Me sorprende que la catarata de la amistad no me dé miedo, sólo me da tristeza. Una tristeza de viejo, como la tristeza que me da el fútbol: estuve tan cerca, acaricié el sueño, pero no fue, y llevo una vida contando las historias maravillosas y lo feliz que fui en esos breves instantes. Así sería perderte, perderte como la pareja que nunca hemos sido. Perder lo que nunca he tenido, como el dolor de ver que un sueño se va para siempre.

 

Duele, pero no da miedo. Lo que da miedo sin medida es lo desconocido. Y lo desconocido entre tú y yo es la catarata del amor. Esa sí da miedo, paraliza, nos rehusamos a hablar del tema. Yo soy más atrevido, te digo con frecuencia que bien puedo caer redondito, enamorarme locamente de ti y cambiar mi vida por completo, revertirme la vasectomía y tener dos niñas hermosas. Dedicar cada segundo de mi vida a hacer de las suyas un hermoso cuento de hadas.

 

50% de probabilidad de caer por la catarata del amor, revolcarnos en corrientes turbulentas, recargarnos de adrenalina y sentir esa potencia de vida que nos hacer creer capaces de todo, que nos hace olvidar el dolor, los dolores que siguen allí y tomarán un tiempo en sanar.

 

Dentro de tres meses, nuestro botecito estará a escasos metros de tomar un camino definitivo. Y en cuatro, estaremos cayendo, con el vacío en el pecho, con el dolor o con la adrenalina, con la certeza o con la incertidumbre, con muchas lágrimas, eso sí.

 

La gran pregunta es ¿qué pasaría si caemos en la catarata del amor? Ya lo sabemos, yo lo estoy poniendo en palabras en Maktub. Le tengo pánico a ese texto, porque tiene los recuerdos de un anciano que le narra a su nieta los momentos más felices de su historia de amor, junto a la mujer de sus sueños.

 

Y me aterra escribir sobre “lo que está escrito”. Maktub, lo que está escrito, encontrará la forma más hermosa de suceder si el destino así lo depara. Me siento como dejándole migas de pan al destino, diciéndole por dónde es que es. Que tranquilo que no es pa’ eso.

 

Me da pánico escribir sobre nuestro futuro juntos, y que la corriente nos lleve hacia la catarata de la amistad. Me sentiría ridículo contándome historias de amor como pajazos mentales. Pero, también me da pánico trazarnos un camino juntos, pensando en las innumerables posibilidades creativas del destino.

 

Maktub es mi forma de hacerlo viable, de encontrar un camino en mi mente para que todo pueda funcionar. Es el equilibrio entre el doctorado en Nueva York y una vida en Canadá, entre el sur de Francia y una época en Italia. El equilibrio entre hacer nuestro doctorado al mismo tiempo y tener tiempo para criar dos niñas (o niños, no les niego la posibilidad de existir y los recibiría con el mismo amor).

 

Maktub es mi forma de hacerte saber que yo ya tomé la decisión de llevar la barca hacia la catarata del amor. Y que las corrientes no tienen voluntad propia ni hacen lo que quieren. Somos tú y yo quienes tomamos esa decisión. Y yo tomé la mía en el edificio de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, en febrero del 2014, cuando vi entrar a mi salón a una niña sin cédula, revoloteando como mariposa y llenando el lugar de luz.

 

Así como lo he hecho por más de una década, respetaré la decisión que tomes y seguiré estando para ti, toda la vida, en el rol que quieras que esté. Pero, si tomas la decisión de caer conmigo por la catarata del amor, entiende que pondré mi vida entera al servicio de nuestro bienestar, nuestra felicidad y nuestros sueños, individuales y de pareja. Jamás te pediré que renuncies a tus sueños individuales, seré tu escudero para enfrentar lo que la vida nos ponga al frente y, desde el minuto cero, pondré mi rodilla en el suelo, bajaré mi cabeza y te entregaré mi corazón en una bandeja para que quede bajo tu custodia, hasta que deje de latir.

 

Toma las decisiones que te den más paz y más felicidad. Y recuerda que cuentas con mi mano, tanto en las aguas calmas como en las turbulentas, como amigo o como pareja, como el amor que nunca fue o como el padre de tus hijas.

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