Edson David
Rodríguez Uribe
“Hoy no es un día cualquiera, hoy es domingo de fútbol”
Todo empieza el sábado en la noche cuando alisto mi maleta: busco el uniforme y me aseguro de que esté limpio; lo extiendo sobre la cama, hermoso como siempre, con ese número 20 en el centro del pecho. Camiseta, pantaloneta, medias… busco la licra (no sólo porque se ve bien, sino porque no me pienso volver a raspar cuando me toque botar una plancha, y seguro me va a tocar); las vendas de gasa, por supuesto, las otras me cortan el pie y se sueltan siempre; unas canilleras pequeñas, lindas, y un caucho para que las canilleras no se bajen y me queden en el tobillo; los guayos ¿cómo estará esa cancha? Está lloviznando, ¿será que llevo los tacos metálicos? Pero con esos no puedo pisar el balón. Voy a llevar ambos, aunque los de colores parecen zapato de payaso, ¡cómo extraño mis Copa!
Hay que limpiarlos, el partido pasado fue en un potrero terrible. Primero les quito los cordones: los del izquierdo salieron bien, pero tenían tierra por montones; los del derecho casi no salen, metí el pie en el barro y estaban duros, tocó mojarlos un poco. Meto los Cordones en una coca con agua y empiezo a limpiar los guayos: les echo un poco de agua, trato de quitar el barro con un cepillo suave para no dañar las costuras, otro poquito de agua y cae todo junto: barro, jabón y agua. Luego, les paso un trapito para limpiarlos bien, hasta que quede ese color mate que tanto me gusta. Dejo secando uno mientras limpio el otro: la misma operación. Termino con los dos y me ocupo de los cordones.
¿Cómo puede caberle tanta tierra a un par de cordones?
Los lavo bien con agua y jabón, hasta que se vean como nuevos. Luego aprieto duro una toalla y halo los cordones ¡mierda, la toalla quedó negra! Pero ¿no que ya estaban limpios? Ok, ahorita lavo la toalla.
Dejo lo cordones en paz y vuelvo a los guayos. ¿Betún líquido? Jamás. Un cepillo pequeño para embetunar las partes negras, y un trapito húmedo con jabón por si alguna parte blanca se ensucia. Sin prisa, disfrutándolo en silencio. Mientras se seca un poco el betún para poderlos brillar, tomo el trapito húmedo y empiezo a limpiar los guayos sintéticos ¡son bonitos, pero me gustan más los de cuero!
Brillar hasta que enamoren, ponerles los cordones y poner los dos pares uno al lado del otro. Soy muy afortunado, tengo amigos que no tienen de dónde elegir, pero ¡cómo juegan esos flacos!
Sólo una cosa más: la banda de capitán. No hay que hacer nada más que llevarla, sentir cómo me aprieta el brazo y defenderla como a mi madre; sin embargo, me quedo mirándola por un largo tiempo. ¡Qué lindo es ser capitán!
Van siendo las 9:30 de la noche, es hora de dormir, no voy a dar ventajas. Reviso el teléfono y encuentro un mensaje de los muchachos:
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- Ey, ¿una pola o miedo? Estamos todos en casa de la Mona ¿vienes?
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- No, gracias, mañana tengo partido.
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- Una pola y te vas, ni que fuera la final del mundo.
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- No, gracias, que se diviertan.
No lo entienden, ha sido igual toda la vida, no vale la pena seguir la conversación. Pero hay una que sí espera mi mensaje.
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- Amor, buenas noches, ya me voy a dormir.
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- Hola, vale. Descansa ¿nos vemos temprano o llego al estadio?
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- Llega al estadio, sabes que me impaciento.
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- Vale, descansa, te amo.
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- Yo a ti
Me desperté asustado las tres de la madrugada, soñé que se me había hecho tarde. Reviso la alarma y vuelvo a dormir.
5:30 a.m. es hora. No hay cinco minuticos más; de hecho, me desperté cinco minuticos antes. Un duchazo, y vuelvo a revisar la maleta, no puede faltar nada. Un abrazo a los viejos y salgo. A lo lejos los escucho dándome las últimas recomendaciones
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Ten cuidado, por favor. No te vayas a lastimar ni te vayas a poner a pelear – decía mi madre, por supuesto.
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Dale con toda, a ganar... y suelta la pierna izquierda de una vez por todas – decía el viejo.
Entre risas y nervios salgo de casa y emprendo el camino. Algo de música, y empiezo a imaginarme cada jugada: si el balón viene alto, agrando lo suficiente, me perfilo bien, grito y voy sin dudar; si la tiran larga o me encaran con el balón en el pie… tranquilo, en eso siempre gano, que la tiren larga todas las veces que quieran. Y si me la dan para jugar… se me vino la noche, me entran unos nervios horribles desde que Jaimes me la quitó en Chía y me sacaron del equipo profesional; o habrá sido desde de que Duber me la dio en el Meta y la perdí: jueputa, ese día perdimos 2-1, ese que perdí el balón saliendo y el mismo morocho me ganó el cabezazo en el tiro de esquina, Oliveros me quería matar, no me habló como en dos meses; o cuando me la robaron contra Bolívar en los nacionales: no iban ni 20 segundos de juego y ese costeño pasó como el viento, no lo vi. Uuufffff, si no la tengo clara ¡a la tribuna, viejo! así se vea feo.
Todavía no lo entiendo, cuando era chico me tenía muchísima confianza: jugaba me sacaba a todos mis amiguitos; pero llegaron los técnicos y empezaron a llenarme de miedos.
Tranquilo, soy veloz, voy bien arriba, me ubico bien, seguro me va a ir bien.
Llego a la cancha y no hay nadie, como siempre, soy el primero en llegar: me gusta, me da tranquilidad.
Los muchachos empiezan a llegar: ¡qué lindo es el saludo entre futbolistas! un abrazo que parece que no termina nunca, muchas risas y bromas sin parar.
Los miro con sorpresa ¿cómo pueden estar tan tranquilos? Yo estoy jugando el partido desde anoche. Los ignoro y empiezo mi ritual: saco las cosas y las organizo, me quito las zapatillas, las medias, el pantalón y empiezo a vendarme. En la casa me puse la licra y la pantaloneta. Termino el vendaje, vienen las medias y los guayos ¿cómo estará la cancha?
- ¿Alguien tiene esparadrapo? - pregunta alguno
- Su madre - responden como cinco.
Se visten todos y salimos a movernos, la cancha está firme, puedo jugar con los tacos de goma, mejor, me siento más cómodo. Empieza el calentamiento, empieza la alegría, nos reímos un montón, rueda la pelota y la vida real desaparece: controlo el balón, estoy claro; entrego fuerte, estoy fino; cambio un poco de dirección y de ritmo, me siento fuerte; respiro profundo, descansé bien… va a ser un buen partido. Nos reunimos para la oración, bueno, yo no creo en dioses, pero respeto el momento y agradezco a mi manera.
A la vida le agradezco por mis padres, por mi familia, por la salud, por esa flaca que me trae loco. Y le agradezco por el fútbol…
Y al fútbol le agradezco por darme una razón para ser feliz, para levantarme cada mañana, para entrenarme. Gracias por permitirme ser una buena persona, por alejarme de los vicios. Gracias por esta gente que me rodea… por favor, que nadie salga lesionado y que sea un buen partido.
Al fondo escucho que dicen "amén" como si me estuvieran escuchando. Yo repito sin pensar: amén.
Va la alineación, aplaudimos con cada nombre mientras una voz irreconocible dice “porque no hay más”. Recogemos los carnets y vamos a la cancha. El profe nos retiene a dos o tres, los capitanes.
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- Pilas con mantener el equipo corto, hay que hacer doblaje, no hagan faltas y cobren, güevones, cobren. Yo veré, mijitos.
Capitanes – llaman los jueces, saludo respetuoso, menos con los conocidos, con esos siempre hay bromas. Moneda al aire, siempre que elija y saque el rival (ellos sacan y yo mando a mis leones a devorarlos desde la primera jugada… que se caguen del susto con la presión. Por eso los dejo sacar siempre).
Nos ubicamos, suena el pito y empieza la fiesta.
Mi mente, mi cuerpo y mi corazón están en la cancha. Jugué casi todos los días de mi vida durante quince años, y nunca un pensamiento diferente al partido me distrajo de lo que tenía que hacer. Nunca tuve un momento de meditación tan profundo como cuando jugué al fútbol, sobre todo si iba perdiendo: ciérrense los tres atrás, me voy a soltar a jugar.
Y recuerdo, como si fuera una película más de una remontada mágica con gol o pase gol mío: algunos tiros libres increíbles, o uno de esos cambios de ritmo en los que le echaba la bendición al rival, aceleraba y dejaba el polvero, llegaba al área y todo era silencio, siempre era el momento de mayor concentración, ¿Y ahora, cómo defino? Era central, me maleducaron tirándola de punta para arriba ¡malparidos entrenadores! Afortunadamente, todavía tenía el niño interior que me recordaba que también podía hacer una gambeta o tocarla suave a un lado como me enseñaron Romario, Henry y el Fenómeno.
El mundo entero estaba a tus pies cuando la metías y todos venían a abrazarte.
Y qué tal cuando tirabas un caño como los de Riquelme o los de Ronaldo y a nadie le importaba el marcador, sólo te felicitaban por ese lujo; o cuando la bajabas perfecta como Zidane o como Dinho, de pecho o durmiéndola en el pie. O esos cambios de frente que parecían pateados por Roberto Carlos o por Beckham; o esas paredes: te sentías como parte del Arsenal de Pires, Bergkamp y Henry; o un sombrerito como si fueras Cafú contra Nedved; o una chilena como Rivaldo, o una tijera como Falcao contra el América.
¡Sí! Yo también hice de esas. Mi papá siempre dice
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Uy, yo nunca voy a olvidar esa chilena que hizo en Granada, Meta, con CorpoSibaté en la primera C: jugada en contra, la pelota queda suspendida en el punto penal y Shaggy no se decide a salir, y rodeado de delanteros rivales, el negro se hace una chilena perfecta y la saca hasta la mitad de la cancha. Hasta Paolo, el 10, dijo: “uy, mucho arriesgado”. La gente en la tribuna decía: “ufff, si vieron cómo ese man sacó el balón”. Mi negro no llegó por pura rosca.
No, yo creo que no llegué porque me faltó carácter cuando más lo necesité. No me lesioné como la mayoría, ni me faltó talento, sólo me faltó tener la cabeza bien puesta en el momento correcto.
Ganamos, hoy también, jugué bien, hice gol, me divertí, boté un caño hermoso y la entregué clara. Tarea cumplida. Me voy a descansar pensando en las buenas jugadas… uufff pero no me puedo sacar de la mente esa que tuve clara y no definí: debí meterle el borde interno ¡soy un troncazo!
Luego del partido, el abrazo con mis hermanos, un buen duchazo, ropa limpia y bonita, y salgo a encontrarme con mi flaca. Me da tanta satisfacción verle esa cara de orgullo; ella se emociona más que yo, y cuando hago gol, siempre la miro y la señalo, parece que le propusiera matrimonio; uy, y cuando me pegan, o me engancho a golpes con cualquiera, la escucho gritar desde la tribuna… ¡qué boquita!
La miro sin prisa, sonrío un poco, la abrazo y salimos de la mano. Cine, helado, pizza, onces en casa, tarde de arrunchis, dormir juntos, hacer el amor y lentamente volver a la realidad. Un beso interminable de despedida y a descansar para empezar mi semana.
Un domingo feliz, en una vida feliz.
No, hoy no es un día cualquiera, hoy es domingo de fútbol, pero Duber no va a llegar a la Mendoza a cumplir la cita sagrada de todos los domingos, y yo, que no soy un tipo creyente, espero que haya algo después de la muerte y, si es un paraíso, para nosotros será una cancha de fútbol: en un arco estará Jonathan, el Topo, con su sonrisa infinita y sus reflejos de gato; y en el otro estará Edward, el tricito, que le ponía la humanidad a todo, hasta que se la quitaron.
Jeison se encargará de los delanteros fuertes, y también se encargará del tercer tiempo. Dani lanzará esos pases de 40 metros, precisos al pie, y luego soltará una carcajada como si lo que hiciera fuera una cosa fácil.
Juan Jairo seguirá dibujando obras de arte, la piraña más creativa que llegué a ver en un campo de fútbol, cuando yo creía que todo estaba inventado, llegaba él y me recordaba que esto no tiene libreto.
Y ahora debuta Duber, como capitán, para poner orden y dar alegrías con su talento.
De corazón, espero que haya una vida después de la muerte, para poder jugar eternamente con mi amigos cuando llegue el momento.