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“Hoy no es un día cualquiera, hoy es domingo de fútbol”

Sábado en la noche, alisto mi maleta: busco el uniforme y me aseguro de que esté limpio; lo extiendo sobre la cama, hermoso como siempre, con ese número 20 en el centro del pecho. Camiseta, pantaloneta, medias… busco la licra (no sólo porque se ve bien, sino porque no me pienso volver a raspar cuando me toque botar una plancha, y seguro me va a tocar); las vendas de gasa, por supuesto, las otras me cortan el pie y se sueltan siempre; unas canilleras pequeñas, lindas, y un caucho para que no se bajen y me queden en el tobillo; los guayos ¿cómo estará la cancha? ¿Taco metálico por si llovió? Pero con esos no puedo pisar el balón (igual siempre que lo hago me regañan, así como cuando doy la “vuelta del perro”, pero ¿cómo a Xavi y a Iniesta no les dicen nada?); voy a llevar ambos, aunque los de colores parecen zapato de payaso, ¡cómo extraño mis Copa Mundo! Espero poder comprar otros pronto.

 

Primero les quito los cordones: los del izquierdo salieron bien, pero tenían tierra por montones; los del derecho casi no salen, metí el pie en el barro y estaban duros, tocó mojarlos un poco. Cordones en una coca con agua y empiezo a limpiar los guayos: un poco de agua, el barro con un cepillo suave para no dañar las costuras, otro poquito de agua y cae todo junto: barro, jabón y agua. Luego un trapito para limpiarlos bien, hasta que quede ese color mate que tanto me gusta. Dejo secando uno mientras limpio el otro: la misma operación. Termino con los dos y me ocupo de los cordones.

 

¿Cómo puede caberle tanta tierra a un par de cordones?

 

Los seco con una toalla: aprieto duro y halo los cordones ¡mierda, la toalla quedó negra! Pero ¿no que ya estaban limpios? Ok, ahorita lavo la toalla.

 

Dejo lo cordones en paz y vuelvo a los guayos. ¿Betún líquido? Jamás. Un cepillo pequeño para embetunar las partes negras, y un trapito húmedo por si alguna parte blanca se ensucia. Sin prisa, disfrutándolo en silencio. Mientras se seca un poco el betún para poderlos brillar, tomo el trapito húmedo y empiezo a limpiar los guayos sintéticos ¡son bonitos, pero me gustan más los negros!

 

Brillar hasta que enamoren, ponerles los cordones y poner los dos pares uno al lado del otro. Soy muy afortunado, tengo amigos que no tienen de dónde elegir, pero ¡cómo juegan esos flacos!

Sólo una cosa más: la banda de capitán. No hay que hacer nada más que llevarla, sentir cómo me aprieta el brazo y defenderla como a mi madre; sin embargo me quedo mirándola por un largo tiempo. ¡Qué lindo es ser capitán!

 

Van siendo las 9:30 p.m. es hora de dormir, no voy a dar ventajas. Suena el teléfono, un mensaje de los muchachos de la universidad:

 

  • - Ey, ¿pola o miedo? Estamos todos en casa de la Mona ¿vienes?

  • - Gracias, salúdamelos a todos, mañana tengo fútbol.

  • - Una pola y te vas, ni que fuera la final del mundo.

  • - Gracias, que se diviertan.

  • - No seas aburrido…

No lo entienden, ha sido igual toda la vida, no vale la pena seguir la conversación. Pero hay una que sí espera mi mensaje.

  • - Amor, buenas noches, ya me voy a dormir, tengo partido mañana.

  • - Hola, vale. Descansa ¿quieres que te acompañe?

  • - Siiiiii, por favor. Me encanta que vayas.

  • - Dale, ¿nos vemos temprano o llego al estadio?

  • - Llega al estadio, sabes que me impaciento.

  • - Vale, descansa, un beso.

  • - Te amo

  • - Yo a ti

 

Son como las tres de la madrugada, me desperté asustado, soñé que se me había hecho tarde. Reviso la alarma y vuelvo a dormir.

 

5:30 a.m. es hora. No hay cinco minuticos más; de hecho, me desperté cinco minuticos antes. Un duchazo, y vuelvo a revisar la maleta, no puede faltar nada. Un abrazo a los viejos y salgo. A lo lejos los escucho dándome las últimas recomendaciones

  • - Ten cuidado, por favor. No te vayas a lastimar ni te vayas a poner a pelear – decía mi madre, por supuesto.

  • - Ten cuidado, y a ganar... y suelta la pierna izquierda de una vez por todas – le respondía el viejo.

Entre risas y nervios salgo de casa y emprendo el camino. Algo de música, y empiezo a imaginarme cada jugada: si el balón viene alto, agrando lo suficiente, me perfilo bien, grito y voy sin dudar; si la tiran larga o me encaran con el balón en el pie… tranquilo, en eso siempre gano, que la tiren larga todas las veces que quieran. Y si me la dan para jugar… se me vino la noche, me entran unos nervios horribles desde que Jaimes me la quitó en Chía y me sacaron del equipo profesional; o habrá sido desde de que Duber me la dio en el Meta y la perdí: jueputa, ese día perdimos 1-2, ese que perdí el balón saliendo y el mismo negro me ganó el cabezazo en el tiro de esquina, Oliveros me quería matar, no me habló como en dos meses; o cuando me la robaron contra Bolívar en los nacionales: no iban ni 20 segundos de juego y ese costeño pasó como el viento, no lo vi. Uuufffff, si no la tengo clara ¡a la tribuna, viejo! así se vea feo.

 

Todavía no lo entiendo, cuando era chico me sacaba a todos mis amiguitos, pero llegaron los técnicos y empezaron a llenarme de miedos.

Soy veloz, voy bien arriba, me ubico bien, seguro me va a ir bien. Tranquilo.

 

Llego a la cancha y no hay nadie, para variar, soy el primero en llegar: me gusta, me da tranquilidad. Los muchachos empiezan a llegar: ¡qué lindo es el saludo entre futbolistas! un abrazo que parece que no termina nunca, muchas risas y bromas sin parar.

 

Los miro con sorpresa ¿cómo pueden estar tan tranquilos? Yo estoy jugando el partido desde anoche. Los ignoro y empiezo mi ritual: saco las cosas y las organizo, me quito las zapatillas, las medias, el pantalón y empiezo a vendarme. En la casa me puse la licra y la pantaloneta. Termino el vendaje, vienen las medias y los guayos ¿cómo estará la cancha?

- ¿Alguien tiene esparadrapo? - pregunta alguno

- Su madre - responden 5, y todos reímos.

Se visten todos y salimos a movernos, la cancha está firme, puedo jugar con los tacos de goma, mejor, me siento más cómodo. Empieza el calentamiento, empieza la alegría, nos reímos un montón, rueda la pelota y la vida real desaparece: controlo, estoy claro; entrego, estoy fino; cambio un poco de dirección y de ritmo, me siento fuerte; respiro profundo, descansé bien… va a ser un buen partido. Nos reunimos para la oración, bueno, yo no creo en dioses, pero respeto el momento y agradezco a mi manera.

 

A la vida, gracias por mis padres, por mi familia, por la salud, por esa flaca que me trae loco. Y gracias por el fútbol…

Y al fútbol, gracias por darme una razón para ser feliz, para levantarme cada mañana, para entrenarme. Gracias por permitirme ser una buena persona, por alejarme de los vicios y de las malas personas. Gracias por esta gente que me rodea… por favor, que nadie salga lesionado y que sea un buen partido.

 

Al fondo escucho que dicen amén como si me estuvieran escuchando. Yo repito sin pensar: amén.

 

Va la alineación, aplaudimos con cada nombre mientras una voz irreconocible dice “porque no hay más” y todos reímos. Recogemos los carnets y vamos a la cancha. El profe nos retiene a dos o tres, los capitanes.

 

  • - Pilas con mantener el equipo corto, hay que hacer doblaje, no hagan faltas y cobren, güevones, cobren. Yo veré, mijitos.

 

Capitanes – llaman los jueces, saludo respetuoso, menos con los conocidos, con esos siempre hay bromas. Moneda al aire, siempre que elija y saque el rival (ellos sacan y yo mando a mis leones a devorarlos desde la primera jugada… que se caguen del susto con la presión. Por eso los dejo sacar siempre).

 

Nos ubicamos, suena el pito y empieza la fiesta.

 

Mi mente, mi cuerpo y mi corazón están en la cancha. Jugué casi todos los días de mi vida durante quince años, y nunca un pensamiento diferente al partido me distrajo de lo que tenía que hacer. Nunca tuve un momento de meditación tan profundo como cuando jugué al fútbol, sobre todo si iba perdiendo: ciérrense los tres atrás, me voy a soltar a jugar.

 

Y recuerdo como si fuera una película más de una remontada mágica con gol o pase gol mío: algunos tiros libres que jamás olvidaré, o uno de esos cambios de ritmo en los que le echaba la bendición al rival, aceleraba y dejaba el polvero, llegaba al área y todo era silencio, siempre era el momento de mayor concentración, ¿cómo defino? Era central, me maleducaron tirándola de punta para arriba ¡malparidos entrenadores! pero todavía tenía el niño interior que me recordaba que también podía hacer una gambeta o tocarla suave a un lado como me enseñaron Romario, Henry y el Fenómeno.

 

No sé qué me daba más satisfacción, ¿entregarla clara para que el 9 definiera y viniera a abrazarme? O ¿Meterla yo y ver cómo venían todos a abrazarme? Sí, sí sé qué me daba más satisfacción. El mundo entero estaba a tus pies.

 

Y qué tal cuando tirabas un caño como los de Riquelme o los de Ronaldo y a nadie le importaba el marcador, sólo te felicitaban por ese lujo; o cuando la bajabas perfecta como Zidane o como Dinho, de pecho o durmiéndola en el pie. O esos cambios de frente que parecían pateados por Roberto Carlos o por Beckham; o esas paredes: te sentías como parte del Arsenal de Pires, Bergkamp y Henry; o un sombrerito como si fueras Cafú contra Nedved; o una chilena como Rivaldo, o una tijera como Falcao contra el América.

 

¡Sí! Yo también hice de esas. Mi papá siempre dice

 

  • Uy, yo nunca voy a olvidar esa chilena que hizo en Granada, Meta, con CorpoSibaté en la primera C: jugada en contra, la pelota queda suspendida en el punto penal y Shaggy no se decide a salir, y rodeado de delanteros rivales, el negro se hace una chilena perfecta y la saca hasta la mitad de la cancha. Hasta Paolo, el 10, dijo: “uy, mucho arriesgado”. La gente en la tribuna decía: “ufff, si vieron cómo ese man sacó el balón”. Mi negro no llegó por pura rosca.

 

Yo creo que no llegué porque me faltó carácter cuando más lo necesité. No me lesioné como la mayoría, ni me faltó talento, sólo me faltó tener la cabeza bien puesta en el momento correcto.

 

Ganamos, hoy también, jugué bien, hice gol, me divertí, boté un caño hermoso y la entregué clara. Tarea cumplida. Me voy a descansar pensando en las buenas jugadas… uufff pero no me puedo sacar de la mente esa que tuve clara y no definí: debí meterle el borde interno ¡soy un troncazo!

 

Luego del partido, el abrazo con mis hermanos, un buen duchazo, ropa limpia y bonita, y salgo a encontrarme con mi flaca. Me da tanta satisfacción verle esa cara de orgullo; ella se emociona más que yo, y cuando hago gol, siempre la miro y la señalo, parece que le propusiera matrimonio; uy, y cuando me pegan, o me engancho a golpes con cualquiera, la escucho gritar desde la tribuna… ¡qué boquita!

 

La miro, sonrío un poco, la abrazo y salimos de la mano. Cine, helado, pizza, onces en casa, tarde de arrunchis, dormir juntos, hacer el amor y lentamente volver a la realidad. Un beso interminable de despedida y a descansar para empezar mi semana.

Un domingo feliz, en una vida feliz.

 

Hoy no es un día cualquiera, hoy es domingo de fútbol, y yo estoy sentado frente a un computador, leyendo textos que poco me interesan y recordando los domingos de mis últimos quince años… cómo me gustaría tener 15 ó 20, ver el fútbol como lo veo hoy, atarme los guayos, pisar el césped, sentir el viento cálido, el vacío en el pecho y las ganas de escuchar el pitazo para encontrarme con la que más he amado. Y luego salir a verme con mi tercer gran amor (perdón, flaca; pero primero está mi madre, luego el fútbol y después tú; lo supiste desde el principio).

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