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Esa mujer

 

Hoy te volví a ver. Ojos de hechicera, sonrisa de princesa y voz de sirena. Una risa que me envuelve, me eleva, me desconecta lentamente de la realidad.

 

Seguramente te vi muchas veces en mi niñez, pero mi inocencia no me permitió identificarte. Sin embargo, tengo muchos recuerdos en mi adolescencia: caminábamos juntos del colegio a la casa, hablábamos mucho, reíamos sin parar, yo caminaba muy despacio para que el tiempo a tu lado no se terminara. Al llegar al final del recorrido, yo buscaba un beso al despedirme, pero nunca pasaba: “no, yo te quiero sólo como amigo, recuérdalo”.

 

Cuando empecé la universidad, llegaba a mi casa sobre las 9pm, después de un largo día. Tú vivías a 30 metros de mi casa, y yo me acostumbré a llegar a tu casa y no a la mía. Hacíamos tareas juntos, yo de la universidad y tú del colegio. Tu madre nos preparaba algo de comer y, sobre las 11pm, todos se iban a dormir. Nos quedábamos los dos en la sala de casa, hablando por horas, nos abrazábamos, disfrutábamos del contacto de nuestra piel y, cuando la situación iba cambiando de color, tú te recomponías: “no más, a dormir, ya te dije que en este momento de mi vida no quiero nada con nadie”.

 

Luego fuimos algo, quisiera decir que fuimos novios, pero no fue así. Fuimos algo que no era ni una amistad ni un noviazgo, fuimos algo incierto y yo añoraba algo real. Nos veíamos a escondidas, nos escapábamos de clases para compartir un rato juntos: vivíamos esos instantes como si fuéramos una pareja eterna. Pero luego volvías a desaparecer. Cuando te pedí, casi que te exigí que definiéramos qué pasaba entre nosotros, me dijiste que estabas muy confundida, que esto no podía seguir. Y yo me quedé con tus miradas pícaras y tus sonrisas traviesas.

 

Años después, trabajamos juntos, teníamos conversaciones eternas, maravillosas. Veíamos amanecer entre risas y peleas airadas por los temas más rebuscados. Y, en algún momento de la noche, me entraba esa necesidad de decirte que me encantaría que fueras mi pareja, y te pedía una oportunidad para intentarlo, pero tu respuesta siempre fue la misma, aunque cada vez que la decías, me emputaba más: “Ya te lo he dicho muchas veces, yo no voy a tener nada contigo porque tú eres virgo”. “No me jodas, dime que no te gusto o que no estás interesada en mí, pero no me salgas con eso”. Luego venía el silencio.

 

Ayer te volví a ver. Realmente te vi hace tres semanas, quedé paralizado: eran tus ojos penetrantes, tu sonrisa que iluminaba el lugar, tus gestos delicados y poderosos. Me acerqué como si nunca nos hubiéramos visto, te invité a bailar y tú aceptaste encantada:

 

  • ¿Bogotana?

  • ¿Cómo lo supiste?

  • Tu forma de bailar. Sólo los rolos bailamos así la salsa.

  • ¡Qué increíble!

  • Bueno, y tu forma de hablar, es inconfundible.

 

Intercambiamos teléfonos y nos prometimos volvernos a ver. Mi corazón se calmó como una semana después, cuando entendí que muy probablemente no nos volveríamos a ver.

 

No perdí la esperanza. Tardaste tres semanas en aceptar una invitación: hablamos por horas, bailamos por horas. Disfruté cada segundo, tal como lo había hecho en todos nuestros encuentros en los últimos 30 años.

 

  • ¡Tú has sido parte de mi vida!¡Has estado presente durante décadas! – te dije, sin esperar que recordaras nada.

  • Ah, ¿sí? Y ¿cómo es eso?

  • Recuerdo tu mirada juguetona, esos gestos de payasa con los que te diviertes tanto. Recuerdo tus manos, las recuerdo muy bien.

  • ¿Estás seguro de que soy yo?

  • Tristemente sí, me gustaría que fueras otra. Es decir, que fueras tú, pero que fueras otra. Son las palabras más precisas que encuentro para explicarlo, pero ya sé que no se entiende un carajo.

  • Lo entiendo, pero no puedo ser otra. Y lo único que tengo para ofrecerte es mi amistad, ¿estás bien con eso?

  • Entre tener tu amistad y no tenerte en mi vida, elijo tener tu amistad. Aunque quisiera tener otras opciones.

  • Es lo que hay ¿estás seguro de que estás bien con eso?

  • Estoy seguro

 

Durante toda la noche, yo fui otro, no éste que escribe, no el que trabaja cada día, no el que conocen mis amigos. Fui el niño que buscaba el beso esquineado a mis 13 años; fui el adolescente que se quedaba hasta la madrugada en tu casa con la esperanza de que pasara algo; fui el hombre que renunció a la vida entera por ti, pero que no logró nada de lo que soñaba; fui el adulto que vio una luz y corrió tras ella, sin saber que los astros habían dicho que no desde hacía cuatro décadas.

 

Fui todos los que he sido y tú fuiste todas ellas, todas las que has sido.

 

Este momento de mi vida es más retador de lo que me hubiera imaginado. Mi trabajo está bien, es lindo. Pero callar es terriblemente difícil, mis pensamientos son un caballo desbocado, mis emociones son un huracán; no ilusionarme como un niño es tan difícil ahora como hace veinte años. Tal vez es más difícil ahora. Tal vez soy más niño.

 

Veo tus ojos y tu sonrisa, escucho tu voz. Y siento el vértigo de estar al borde del abismo una vez más. Vas a estar siempre en mi vida, con una forma u otra, con un nombre u otro. Siempre serás esa mujer que conocí en el momento equivocado, en el lugar equivocado. Para la que no soy suficiente, para la que soy un posible buen amigo, pero nada más.

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