Edson David
Rodríguez Uribe
SALTA AL VACÍO
"Loco, se va a matar"
"¿qué necesidad tiene? Así está bien"
"¿por qué anda buscándole males al cuerpo?"
Las voces a tu alrededor no paran, son como disparos contra un prófugo.
Pero, cada cierto tiempo se nos hace insoportable ser quienes somos: ver nuestra imagen en el espejo, escuchar nuestra voz, aburrirnos con nuestras estupideces. Y la única idea posible es saltar al vacío.
Un suicidio simbólico. Puede empezar con cortar tu cabello, con un tatuaje, con un viaje. Luego renuncias a tu empleo, terminas tu relación y te vas de la casa.
Es tan fuerte la envidia de aquellos que siempre fueron incapaces de saltar, que gritarán con fuerza para que no lo hagas, hablarán mal de ti y te mirarán atentamente esperando que te vuelvas mierda al caer.
Y así pase, así no encuentres una cama cómoda que amortigüe tu caída, el golpe no te matará. Y te levantarás más real, más humano, más tú.
Por supuesto, el vacío en el estómago estará allí, y dudarás mil veces antes de saltar. Sentirás pánico y un instante después de saltar querrás volver. Pero ya no es posible, ése que eras acaba de morir.
Si alguna vez lo has hecho, eres de los míos, de los que vivimos de ritual en ritual, suicidándonos y renaciendo una y otra vez; ansiosos, inestables, inconformes, caóticos, volcánicos.
Poco nos importa morir a diario. Pero seríamos incapaces de vivir la rutina, de quejarnos y no hacer nada, de ser idiotas útiles por miedo a la desaprobación de otros idiotas útiles.
Nunca tendremos zona de confort, nunca estaremos satisfechos, tal vez vivamos solos, pensativos y un poco amargados.
Así somos.
Pero sentimos la música en el pecho cada vez que vibra, la brisa en cada poro; llenamos nuestros pulmones de aire nuevo cada día, besamos con los ojos cerrados, follamos con pasión y reímos a carcajadas hasta llorar, hasta que nos duele el estómago, hasta quedarnos sin aire.
Así que respira profundo y salta, una y otra vez, hasta que te acostumbres al vacío en el pecho.
Salta y grita, llora, corre, baila, viaja, bebe, escribe y vuelve a empezar, hasta que la muerte te pida cuentas.
Entonces llegarás lleno de cicatrices, cojo, con una costilla rota, y con una sonrisa retadora le dirás: "estoy listo, sorpréndeme".