Edson David
Rodríguez Uribe
Huracán
Camino muy despacio, cada paso dura una eternidad y está saturado de ideas que se sobreponen, se atropellan y se interrumpen. El día está en silencio, a mi alrededor hay un vértigo difícil de explicar, como si todos huyeran de un apocalipsis zombi; soy sordo a todo lo que pasa, la destrucción del mundo que me rodea no genera ni el menor de los ruidos.
Siento una brisa cálida que me acaricia el rostro, cierro los ojos y disfruto el contacto del aire caliente con mi piel. Abro los ojos y veo una hoja seca de otoño revoloteando en el aire: danza como si escuchara la música que me habita, se acerca a mí y me regala un eclipse privado. Luego se va, y detrás de ella van cien más, cada vez a una velocidad mayor.
Dar un paso lento en medio de un caos silente es un acto de rebeldía. Debería correr, gritar y llorar; pero sólo camino lento, muy lento. Respiro profundo y pienso en todos mis presentes, recuerdo todos mis pasados, proyecto todos mis futuros.
El aire que entra en mi cuerpo le pide permiso a mis pensamientos que me invaden: pienso con las manos y con el estómago. Soy un mar de pensamientos inútiles que caminan muy lentamente en medio del fin del mundo.
A mi alrededor, el aire cálido que me acaricia es un vendaval que levanta casas y voltea carros. Las hojas secas que me rodean rompen vidrios y parten árboles. Mis inhalaciones profundas rasgan el piso sobre el que camino y mis exhalaciones acompasadas cambian el curso de los ríos.
Mi salvación está en caminar constantemente. Me persigue mi pasado lleno de preguntas, de reclamos airados y de risas burlonas. Me persiguen el llanto de Lili y las carcajadas de Andrea; me busca la curiosidad morbosa de los conocidos y el sarcasmo de los camaleones: esos que se camuflan para acercarse, pero sólo me quieren ver mal.
El camellito marroquí me mira con sorpresa: quiere saber qué pasó con la niña que le mandó un beso. Max, el perro de mi primo, tiene curiosidad por saber cómo estoy, porque me conoció mientras mi corazón palpitaba lento. El hombre enamorado que fui busca mis ganas de vivir.
Cuando decido detenerme, como ahora, me alcanza el huracán que me persigue a diario. Las preguntas, las risas, las burlas y todo el dolor se me meten por cada poro, se vuelven parte de mí y me convierto en una represa a la que no le cabe ni una gota más. Siento que si respiro muy fuerte me voy a desbordar y seré una cascada de dolor inagotable.
Aún no es el momento de dejarla salir. Tal vez sea pronto, por ahora, debo seguir caminando con paso firme; lento per firme.
Cada átomo de lo que fue mi mundo vuela detrás de mí. Espero que mi caminar seguro haga que mi pasado desista y simplemente se aplaque: caiga como ruinas y deje de buscar respuestas que no le puedo dar.
Añoro que sea así, para poder dedicarme a solucionar mi presente: números en rojo, números en verde, números en rojo. Lugares inapropiados, decisiones equivocadas, energía desperdiciada, tiempo perdido, esfuerzo en vano, diversión banal, abrazos efímeros, una carrera contra el tiempo que consume toda mi energía y no me deja más que un ceño fruncido y mucha frustración.
Buscar lo que no existe en personas que no importan, gastando tiempo y dinero que no tengo para alimentar un corazón que está muerto hace rato. Un muerto en vida sin tiempo para descansar en paz; una vela a punto de apagarse, aferrada a la vida por la ilusión de que en un futuro todo será mejor.
Si me miras a los ojos no encontrarás pasión, vehemencia ni amor. No habrá locura ni deseo, no habrá sagacidad ni audacia. El instinto de supervivencia se apagó y sólo sigo mi camino por razones muy puntuales que conozco desde que nací. Mi vida no me pertenece.
Si atrás, en mi pasado, todo vuela en un millón de pedazos y me persigue sin descanso; a mis lados, en mi presente, nada tiene sentido porque nada es un motor que me impulse a avanzar: sólo huyo del pasado ocupando mi presente, pensando poco y saturando cada segundo posible, porque al mínimo momento de quietud, todo lo que existe en mi universo busca meterse en mi cabeza como si el único camino a la paz fuera hacerme estallar.
El círculo se cierra con un futuro absolutamente incierto: un país nuevo, un idioma diferente, mil culturas encerradas en una burbuja, volver a ser primíparo, con poco dinero y sin certezas de nada.
Toda mi construcción emocional hecha añicos, mi confianza con sus bases frágiles. Estoy dando los primeros pasos en la oscuridad, sin saber si hay un abismo o un paraíso. Vivo el sueño de muchos, también es uno de mis sueños; pero lo vivo con el ceño fruncido, con el pecho frío y sin éxtasis.
Estoy en el ojo de un huracán: mi pasado vuela en mil pedazos y las astillas me lastiman si me quedo quieto; mi presente me presiona como si cada segundo estuviera un metro más profundo en el mar: la presión aumenta más y más; y mi futuro es una gran incógnita en todo sentido.
Vivo en un huracán, estoy atrapado en un huracán, soy parte de un huracán. Soy un huracán. Y levanto en pedazos todo lo que se me atraviesa, aunque eso implique vivir en pedazos, no quedarme quieto, y sentir el dolor infinito de desmembrarme cada vez que mis vientos se salen de todo control.
El dolor es parte de mí. Pero también lo es la creación y la vida. Nada florece sin haber pasado por la destrucción total. Nada.