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Gracias, Ballet Tierra Colombiana

De un colombiano en Europa, para BTC

Salir de casa es una de las decisiones más difíciles que he tomado en mi vida. Agradezco a mi familia y a mi país por darme raíces, pero también le agradezco a la vida por darme alas y mucho viento a favor. Antes de salir, la incertidumbre me embargaba: un futuro en Colombia era difícil, pero por lo menos estaba en casa; un futuro en el exterior siempre me pareció mejor negocio, aunque no sabía ni el idioma: el sueño americano, la travesía europea o la ruta del Che.

 

Mi emoción superó mis miedos y di mi primer paso: entre abrazos y lágrimas me despedí de mis seres queridos, empuñé fuerte mi equipaje y abordé. Primera escala, la emoción me dibujó una sonrisa en el rostro, a pesar de las extenuantes horas de vuelo; los ahorros destinados al primer mes se quedaron en una tienda de curiosidades y algo en el fondo me dijo “tranquilo, de algún lado saldrá”.

 

El cansancio empezó a caer sobre mis hombros, dormí un poco, entre sueño y sueño veía la oscuridad del atlántico por la ventanilla del avión, buscaba algún cómplice insomne que me acompañara en la vigilia, pero no había ni un rostro conocido. Un poco de vino, algunas historias en mi mente, algo de sueño intermitente, dolor de espalda y nalgas entumecidas, hasta que por fin aterricé.

 

Mi primera sensación fue emoción, por supuesto: el aeropuerto era hermoso y la gente se veía tan elegante. Sin embargo, una leve angustia me invadió: estaba solo ¿dónde es inmigración? ¿Dónde recojo la maleta? Ojalá no me hayan robado las achiras. Llegué en invierno, el frío hacía que me dolieran los huesos. La gente tenía rostros muy bonitos, pero nadie miraba a nadie, eran más fríos que el invierno que nos recibía. Los agentes de inmigración dijeron dos o tres cosas que no entendí, yo sólo presenté mi pasaporte y dije: oui, de Colombia, sí señor.

 

Me puse muy nervioso, no entendí lo que me dijeron, parecían amables pero su expresión era indescifrable, me miraban raro. Yo repetía una y otra vez Je m’appelle David, je suis de la Colombie. Pero parecía que hubiera llegado a China y no a Francia, no me entendían y hasta pensé que me habían robado con las clases de francés.

 

Finalmente pasé, me entregaron mis documentos y me despacharon con un lacónico Bienvenue.

Me encantaría decirles que fue fácil, pero no es cierto: el dinero se acabó más rápido de lo que imaginé y no logré encontrar un trabajo. Tuve que aguantar hambre, frío y mucho desprecio. Además, cada vez que me tomaba una foto, sonreía aunque me dolieran la cabeza y los huesos. Le enviaba cada foto a mi familia con un texto que decía “Aquí estoy, cumpliendo mis sueños”.

 

Lo que ellos no sabían era el hambre aguantaba, la rabia, la angustia, la humillación, la preocupación. Al cabo de unos meses, logré adaptarme, no fue fácil: me levantaba temprano, me bañaba en verano y me perfumaba en invierno, iba a mi trabajo, cobraba algunos euros, comía bien, sin excesos, y sentía una gran satisfacción al poder enviar dinero a Colombia: para la familia, la cuota de la casa, la Universidad de mi hermanito.

 

Pero allá, en el fondo de mi memoria, de vez en cuando se reconstruía un olor que me costaba identificar; y más por los gritos de una mañana de domingo en familia que por el olor mismo, recordaba un tamal, una changua, un ajiaco o una bandeja paisa. Un suspiro eterno me llenaba los pulmones y añoraba mi país: ¿qué me importan los trancones y las madrugadas? Cuánto daría por un almuerzo en casa de la abuela, un abrazo de mi madre y una noche de fiesta con mis amigos.

 

No hay primer mundo que me dé esas cosas.

 

Hace unos días, mi novia francesa me dijo que me tenía una sorpresa. Realmente me sorprendió, ellos no son así. Por supuesto me alegré y acepté lo que ella propusiera. Casi con los ojos cerrados me llevó a un teatro, y cuando llegamos, vi un cartel que decía Ballet Tierra Colombiana.

 

Muchachos, no sé cómo describir la sensación, sentí un vacío en el pecho como si me estuvieran proponiendo matrimonio: los colores de mi país, las sonrisas y la promesa de volver a escuchar la música de mis raíces. La abracé con la emoción de un niño pequeño y entré casi corriendo, casi arrastrándola. Ella sólo sonreía.

 

No sabía si sentarme o quedarme de pie, entre el público veía muchos rostros familiares, aunque ninguno conocido, todos colombianos, seguramente. Cuando salió ese señor, hablando en español, mi noción de la realidad desapareció: han pasado tantos años que ya había olvidado lo que se siente que un extraño te hable en tu lengua. Sonaron las primeras notas y no sabía si aplaudir, gritar, bailar o simplemente llorar… y salieron ustedes.

 

Muchachos, yo jamás fui bueno para bailar, jamás participé en una actividad del colegio ni me dejé disfrazar por mi mamá. Pero al verlos bailar, sonreír, gritar, saltar y hasta llorar con nosotros, deseé haber sido bailarín y haberme subido a la tarima con ustedes.

 

Grité con ustedes, salté con ustedes, y hasta bailé mi primera cumbia, no me importó hacer el ridículo. Mi novia lloró de la emoción de verme extasiado, todavía me duelen las manos de aplaudirlos, y lo haría mil veces más. No se imaginan cuánto tiempo he soñado con volver a mi país, ver a mi familia, bailar nuestra música y comer nuestra comida. Y ustedes, me acaban de cumplir uno de esos sueños: me siento más colombiano que nunca, y les agradezco en el alma por recordarme la belleza del país en el que nací, y al que algún día volveré.

 

Este mundo pide ingenieros, médicos y abogados, pero necesita artistas, como ustedes. Gente que se apasione como ustedes, que se entregue como ustedes y que nos haga soñar por un instante.

 

Gracias, muchachos, gracias por luchar por sus sueños, y demostrarnos que es posible cumplirlos.

Gracias por hacer patria, y por mostrarle al mundo que Colombia tiene cosas hermosas que ofrecer.

Gracias por sonreír y hacernos sonreír.

Gracias por vibrar y hacernos vibrar.

Gracias por bailar y hacernos bailar.

 

Y así como anoche, deseo que miles de colombianos y extranjeros puedan maravillarse con su trabajo, y que se rompan las manos aplaudiendo, y que ustedes escuchen la ovación como una tormenta que no para y que les llena los corazones de todo el amor que han logrado despertar en nosotros.

 

De un colombiano a otros, Gracias Ballet Tierra Colombiana.

Los llevo y llevaré siempre en mi corazón.

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