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La playa

Amo las temporadas de lluvias. Todo yo disfruta de cada gota que te acerca, que te hace crecer y embravecer. Llegas a mí con ímpetu, te siento reventar contra mi ser y adoro el contacto entre nuestros cuerpos: el tuyo tan líquido y el mío tan sólido.

 

Tú vas y vienes, cerca y lejos. Normalmente estamos juntos y tú te mueves grácilmente de aquí para allá, me acaricias y me dejas, me sacudes y te alejas. Es un juego hermoso en el que los dos tenemos un rol determinado: yo no voy a ti, pero siempre estoy para ti. Tú no me esperas, pero sabes volver.

 

Puedo decir que te he conocido desde siempre, y siempre he amado tu libertad, tu heterogeneidad, tu individualismo. Las fuerzas que te mueven son las que mueven al mundo, como el viento, el sol, la luna, la gravedad: astros y dioses buscan atraerte constantemente, y tú te mueves sonriente un poco para acá y un poco para allá, sin ser nunca de nadie; sin permitir que nadie se llame dueño tuyo.

 

Eres como Proteo que se transforma cada día de acuerdo con los azares de su espíritu y la necesidad de su momento. Yo soy feliz porque soy playa, y por ello soy arena: me puedo desintegrar y volver a integrar cada vez que vienes y vas. Y cada ápice de mi ser ama cada gota de tu ser: anhela el encuentro diario y se pregunta si hoy habrá mar en calma, mar de leva, lluvia, tormenta, huracán o tsunami.

 

Te recibo en la forma que vengas, tranquilo por la certeza de que tu presencia y tu ausencia responden al universo, a los ciclos interminables de todos los que somos y los que nos mueven. Cuando te alejas mucho, imagino que volverás en forma de tsunami, cuando estás muy presente como en las temporadas de lluvia, me inundo feliz pero consciente de que pronto tendremos que distanciarnos una vez más.

 

En las primeras temporadas de sequía, el sol me resecó la piel, te extrañé y te necesité. Hasta que comprendí que te necesitas, necesitas de ti misma y de tu soledad. Me acerqué hasta los límites de mi ser, pero no soy coral y no puedo ir más allá. Aprendí a extrañarte, aprendí a disfrutar de tus ausencias y amarte a la distancia.

 

Cada caricia sutil después del silencio era un tesoro, y nuestros reencuentros suelen convertirse en poderosos mares de leva. Somos la pasión descontrolada entre la playa y el mar que se agitan, se mezclan y son uno. Cualquier observador desprevenido de estos encuentros íntimos diría que somos mar de lava, y no de leva.

 

Puedo vivir sin ti, como viven mis hermanos los desiertos. Puedes vivir sin mí, como viven tus hermanas las quebradas. Pero prefiero sentir tus corrientes frías y calientes, tu ir y venir, tu felicidad y tu tristeza, tu euforia y tu calma.

 

Es posible que algún día te desbordes y me inundes, y seamos uno solo. También es posible que te alejes y no vuelvas. En cualquiera de los casos, ya eres parte de mí, tengo tus huellas en mi piel y tu olor me acompaña a diario. En cualquiera de los casos, recuerda que estoy para ti, feliz de reencontrarte cada día, consciente de que mi felicidad depende sólo de mí y con mi corazón rebosante de emoción por verte feliz.

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