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Macondo, a través del espejo

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

 

Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aún los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. “Las cosas, tienen vida propia –pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima.

 

Al año siguiente fueron el catalejo y la lupa, “descubrimientos de los judíos de Ámsterdam”. Luego el astrolabio, la brújula y el sextante. Después conocimos el laboratorio de alquimia: y todo lo necesario para la creación de la piedra filosofal. Luego: los relojes musicales, la imprenta para salvarse de la peste del olvido: y con ella, el libro. Sin pausa, llegaron: el daguerrotipo, la pianola, el primer y último barco que atracó en el pueblo, la fábrica de hielo, los helados, el tren; y con éste último, todo se transformó. Llegaron las bombillas eléctricas, el cine, los gramófonos de cilindro, el teléfono, el globo aerostático, y finalmente, la industria, con el comercio del banano.

Entre Melquíades, José Arcadio y Pietro Crespi llevaron la modernidad a Macondo. Pero nuestro realismo mágico no terminó allí:

Jorge Arcadio Reynolds Buendía, llevó a Macondo el primer marcapasos; y como él mismo cuenta entre risas, tenía que turnarse la batería de su carro con un médico para mantener vivo al primer paciente.

Y como los lingotes de Melquíades no pudieron detectar las minas antipersonales, sus hijos, ya establecidos en el pueblo, y estudiantes de la Pontificia Universidad Macondiana, crearon un Robot aéreo para detectarlas. Sólo imaginen la cara del viejo gitano, y de José Arcadio, al ver aparatos voladores.

  • Ahora buscame a Remedios – Gritaba.

 

Y las Babilonia, chinas pilas esas, cuando estaban en quinto de secundaria, como se llamaba en esa época, crearon un reloj que convertía el sonido de los pitos de carros en vibraciones; es que no escuchaban muy bien.

 

Y ni hablar de los Crespi, esos pelados se hicieron un vehículo solar que alcanzaba los 100 km/h. sólo les faltaban las carreteras.

 

En Macondo, la creatividad está al orden del día, y los eventos insólitos no terminan nunca: como la enfermedad del insomnio, que atacó a todo Macondo, al principio la gente estaba contenta porque era muy productiva, pero después empezaron a aburrirse; o Liliana Moscote, la buchetrapo, que a sus 17 años fingió un embarazo múltiple para retener al amor de su vida; y que me dicen del día en el que olvidaron el nombre de las cosas, y tuvieron que ponerle papelitos a todo; o cuando tres pelados, herederos de Francis Drake, sacaron a pasear un cajero automático, deslizándolo sobre tres sandías: 60 millones huyendo muy lentamente; ni hablar del fantasma de Prudencio Aguilar, que se le aparecía una y otra vez a José Arcadio Buendía.

 

Allí, frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía fue interrumpido en su ensoñación por la voz estruendosa de un gigante con escopeta en mano que se interpuso en la ejecución, y obligó al pelotón a bajar sus armas. Era José Arcadio, por supuesto.

 

Uno no sabe qué fue peor: si lo hubieran matado, en Macondo se arma el despelote, el pueblo se levanta en armas y mueren de bando y bando. Pero como no pudieron, desataron su ira contra los pueblos cercanos: Bojayá, Urrao, Granada, Florida, Caicedo, Sabanalarga, Miraflores, Puerto Rico, El Mango, Paujil, Argelia, Toribío, Cartagena del Chairá, Algeciras, Miranda, Jambaló… la lista es larga; ah condenados pa’ insaciables.

 

Algunos miembros del pelotón decidieron hacer nombre propio a punta de crueldad, monstruos todos: el de los Cañaduzales, el de Tenerife, el de Monserrate, el de los Andes; el 'sádico del Charquito', La “Bestia” Garavito y hasta el ‘Sangre Negra', famoso por el tristemente célebre 'corte franela'.

 

Y si con el tren llegó la modernidad, también se fue la esperanza: por lo menos la de los Wayuu, que vieron la destrucción de su tierra de manos de Cerrejón y la explotación de carbón, cargado en el tren de 150 vagones que va directo a Puerto Bolívar; o la esclavitud de negros en Marmatos y Barbacoas por cuenta de las minas de oro; la explotación de caucho y la deforestación total de miles de hectáreas de la Amazonía; el desplazamiento paulatino de la población de los Páramos de Sumapaz y Tutunendo con el objetivo de vender los puntos de mayor pluviosidad del planeta; el exterminio sin control de más de cien comunidades indígenas que se llevaron a su tumba el secreto de la armonía con la naturaleza; o el asesinato de jóvenes pobres en Soacha, de manos del escuadrón de la muerte del sátrapa del Valle de Aburrá… Definitivamente, la modernidad está llena de hijos de Pilar Ternera.

 

Porque así como este pueblo ha visto evolucionar la tecnología, también ha visto involucionar la inteligencia: en los últimos 14 meses, fueron asesinados 156 líderes sociales y defensores de derechos Humanos. Y ni hablar de los 3000 asesinatos que sólo vio José Arcadio Buendía, y de los que nunca hubo verdad, justicia ni restitución.

 

Luego de que casi 3000 fueron asesinados,  ¿cómo se le explica a un niño de 6 años, que no se puede jugar en la calle con la tela amarilla y verde?

 

Yo necesité muchos años para entender por qué mi abuelo escondía telas de colores en el fondo de un baúl, bajo candado; por qué mis padres escuchaban música argentina o cubana, y se sentaban a hablar de los que ya no estaban.

 

Cuando lo entendí, supe que los avances científicos, tecnológicos y médicos, jamás serán suficientes si no dejamos de matarnos por diversión, tradición o negocio. Y ya con barba aprendí a leer, a escuchar, a respirar profundo y a buscar las razones por las cuales el otro piensa tan diferente a mí; y cómo, a pesar de nuestras diferencias, podemos convivir. Entendí que la tecnología puede crear una pierna biónica, pero la educación, puede hacerla innecesaria.

 

No me mal interpreten, no quiero detener la locomotora del desarrollo, sólo espero que el 95% de macondianos que nacimos sin privilegios, dejemos de ser el combustible del “progreso” del otro 5%.

 

Muchas gracias,

Agradezco el gran aporte de Felix Lodoño http://blogs.eafit.edu.co/felixlondono/?p=162

Tomado de http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-16111060

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