Edson David
Rodríguez Uribe
Oscuridad y silencio
Y ahí estaba yo, de pie, en silencio, esperando el rito final.
Mucha gente caminaba a mi alrededor, cada uno en sus cosas, realmente a nadie le importaba lo que me estaba pasando. Era el fin de mi mundo, pero para todos los demás sólo era un cadáver más.
Dos chicos a mi lado hablaban, de manera casi premonitoria, sobre el anfiteatro y lo divertido que es participar de una autopsia. Yo sólo podía pensar en el cuerpo que jamás volvería a ver, ni a tocar, ni a oler.
De repente, apareció ella, a lo lejos, la muerte en persona: blanca, alta, delgada, con un rostro perfecto y un cabello que desearía cualquier viva. Sin duda alguna, era la mujer más hermosa del lugar, lástima que estaba muerta.
Corrí de inmediato a interceptarla, se asustó muchísimo, sonrió un poco al reconocerme. La abracé y empecé a temblar.
- Me asustaste- fue todo lo que atinó a decir. Estaba temblando igual que yo.
- Te extrañaba- fue todo lo que atiné a decir, sin poder controlar los movimientos involuntarios de mis extremidades.
- ¿Qué haces aquí? No deberías venir- me dijo, pero se veía en su cara la alegría que le causaba verme.
La gente se movía a nuestro alrededor como si fuéramos invisibles. Al mundo le importa poco una muerte más o una muerte menos.
Hablamos de cosas cotidianas. Es muy extraño tener una amistad con tu verdugo, es doloroso saber que ese abrazo que te da vida, te la quitará en cualquier momento.
Después de cinco minutos o menos, se nos acabaron los temas cotidianos, y empezó el sepelio.
-¿Me has extrañado?- pregunté
-no, normal.
Odio cuando dice “normal”. Lo que es normal para la muerte es desgracia para todos los demás.
-¿Volveremos a estar juntos?- seguí
-No
-¿Nunca?
-No
-¿Este es el fin?
-Sí
-¿Por qué eres tan tajante?
-Así debe ser. No esperes otra respuesta después de todo lo que ha pasado.
Su sonrisa se dibujó una vez más en su rostro. Maldita y seductora Muerte, ¿cómo puedes verte tan bella mientras me llevas con tu abrazo al otro mundo?
-¡Me alegró verte!
-A mí también- respondí con lágrimas en mis ojos.
-Ay, David ¡por favor!
¿Y qué esperaba ella? ¿que abandonara el mundo de los vivos sin chistar nada, sin un suspiro, sin un grito desesperado? Eso será posible para ella, que no siente nada, pero para mí, un simple mortal movido por la pasión, es absurdo abandonarme a la eternidad del silencio sin soltar un último alarido.
Y mi dolor fue tal, que la gente alrededor lo sintió conmigo, las miradas nos cercaron, ella sonrió levemente y se escabulló entre la multitud contorneando sus caderas.
Yo me quedé allí, en el fondo de la fosa, viendo cómo algunos extraños soltaban una lágrima de empatía. Viendo cómo la tierra caía palada tras palada, cubriendo mi cuerpo e imponiéndome la oscuridad y el silencio.
Oscuridad y silencio, eso es todo lo que queda. La muerte 2-0 Edson David. Me siento como boxeando contra Muhamed Alí: me deja ilusionarme, danzar, ufanarme, sacar pecho, sonreír, y cuando me creo vencedor, saca un golpe certero que no veo venir. Y me noquea contundentemente.
Ante la primera derrota, el dios que me había acompañado se fue a la mierda; ante la segunda, me voy yo, y no queda nada, el escenario está vacío, el público expectante, el silencio se impone, y ante el desconcierto general por una historia sin final, el escenógrafo decide bajar las luces lentamente, y que la nada ponga punto final a dos historias que jamás debieron comenzar.
Y todo lo que queda es oscuridad y silencio.