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El arte de la tortura


La docencia universitaria como goce

Este es uno de esos textos que no me despertó a las tres de la mañana porque tenía la necesidad de decir algo, y no podía esperar a que amaneciera; es uno de esos que ya llegada la hora de su entrega, aún no lo lograba terminar porque no encontraba el camino para hacerlo.

 

Tengo un interés sincero en la Educación, y especialmente en la Educación Superior. Luego de trabajar casi una década con chicos de Educación Media, entendí que ése no era el contexto que más me favorecía: primero porque allí tocaba hacer las veces de los padres, o por lo menos de los hermanos mayores, era necesario ser un ejemplo, y lo último que me interesaba era ser un modelo a seguir; además, porque nunca aprendí a cerrar el pico, y siempre decía cosas que me tenían al borde de un problema. Así que decidí dedicarme a trabajar en la Universidad, se suponía que aquí me encontraría con profesionales en formación, que ya tenían claro qué querían hacer en su vida, que iban a aprender, a los que no tenía que criar, y donde mis comentarios desmedidos causarían más risas que traumas.

 

Ahora, luego de ocho años de docencia universitaria, me descubro tantas veces en una dinámica de colegio tan absurda que me lleva a preguntarme ¿qué carajos estoy haciendo aquí? Es como esa película en la que el protagonista se despierta cada día en el mismo día (atrapado en el tiempo en el día de la Marmota), y Bill Murray tiene que hacer a tiempo y sin fallar una serie de cosas que le salvan la vida a muchas personas con el fin de romper el hechizo. Así se va volviendo cada semestre: atrapado en el tiempo en el semestre de los primíparos.

 

Y me parece que nada tiene sentido cuando se repiten las mismas reuniones en las que se afirma que los estudiantes no saben escribir, que hay que exigirles… y luego las clases en las que se repiten las mismas actividades, saberes e instrucciones:

 

  • No deben mear en el salón…

  • Las tildes pueden ser diacríticas o prosódicas…

  • Escuchen a su compañero que tiene algo importante qué decir…

  • En el caso de las prosódicas, las palabras se dividen en sílabas…

  • Podrían, por favor, dejar de manosearse en mi clase…

  • El trabajo debe tener normas APA, recuerden que si la cita es de más de 40 palabras…

  • Las vocales abiertas constituyen sílabas por sí solas y cuando están acompañadas de...

  • ¿Por qué repito las mismas cosas cada semestre?

  • Las proposiciones son afirmaciones que pueden ser pasadas por un juicio de valor…

  • Mi mamá me mima y su mamá no debió haberlo parido…

  • Los marcadores textuales dan cohesión a un texto…

  • Que alguien me saque de este maldito infierno…

  • Las oraciones tienen como núcleo un verbo principal conjugado…

  • Una vez más, tiene una oración subordinada por un pronombre relativo y nunca sale de la subordinación…

  • Es que ése es el trabajo, por eso nos pagan…

  • En su texto no se evidencia un proceso…

  • Qué alguien piense en los profesores…

  • Las relaciones argumentales establecidas no son claras debido al torpe uso de conectores…

  • I verbi più importanti dell’italiano sono il verbo essere e il verbo avere

  • Ni que pagaran bien…

  • En su proyecto, la voz de los participantes está siempre mediada por la voz del investigador…

  • Esto es una pesadilla, ¿por qué me despierto cada semestre en el mismo semestre?

  • Considero que la forma en la que usted está abordando el concepto de Medio es bastante limitada, y eso hace que el desarrollo mismo del proyecto sea pobre

  • ¿Por qué me aburro tan rápido de todo?

  • Estoy en el sueño del REAV infinito

  • Ahora entiendo a Pao Yu

 

Empieza la semana, llego a clase de Estructuración del Pensamiento, 2:00 p.m.

El curso de Estructuración es un espacio que nos permite explorar nuevas formas de manipular el conocimiento, y transitar desde los géneros discursivos más cotidianos hasta los más académicos. Llego a las 2:00 p.m. luego de un inicio de semana bastante lento y tranquilo, pero mis estudiantes vienen de seis horas de clase de Ciencias Básicas, números y más números, hostilidad, presión; y un sueño que es el resultado de combinar la hora, el almuerzo y el cansancio. Las dinámicas represivas no tienen sentido para mí, así que propongo un espacio con actividades que les permitan aprender y divertirse. Con muy buena intención, elegimos temas propios de su carrera, y ellos se comprometen a proponer actividades que nos permitan apropiar conceptos como: producción, calidad, organización, diseño, mercadeo, dientes supernumerarios, ortodoncia, cirugía maxilar, enfermedades de la cavidad bucal, ingeniería tisular, prótesis en animales, nanotecnología, biorremediación de suelos, macro y micro economía, historia de la administración, modelos y métodos de la administración en Colombia, seguridad informática, arquitectura de software, infraestructuras críticas, inteligencia artificial… las voces en mi cabeza no se callan.

 

La clase empieza y 30 ó 40 minutos después siguen entrando y saliendo. Aunque confiaba en que leerían los textos propuestos por el grupo moderador, decidí llevar un control de lectura; el resultado no me sorprendió: sólo había leído el 10% del curso. Para los demás, el Control de lectura fue una masacre; y sin la menor vergüenza, se copian, se ayudan, revisan el celular… yo solo los miro y pienso “¿qué les digo? ¿Será prudente algún sermón? ¿Será necesaria la represión absoluta?”. Ante una situación absurda, sólo atino a decirles que pueden revisar los textos originales, pero que para las próximas clases deben leer.

 

¿Qué haría un profesor de verdad? Estos muchachos sólo esperan pasar el obstáculo que les representa mi asignatura, haciendo el menor esfuerzo posible; y durante la clase, gritan, se golpean, hacen un desorden tal cuál bestias enjauladas y lo dejan ahí aunque les pida que lo recojan, siguen llegando sin leer aunque saben que eso afecta su calificación, se salen a mitad de clase, incluso sin avisar, se duermen, hacen trabajos de otras asignaturas, estudian para parciales importantes, chatean, ven fútbol, le arrastran el ala a la peladita nueva, adelantan cosas de su trabajo... y yo, que quería huir de los niños de la Educación Media, me los encuentro aquí, más irrespetuosos, más descarados, más irritantes… Por supuesto, hay chicos buenos, pero estoy haciendo catarsis así que solo pienso en los que me arruinan el día.

 

Entonces me pregunto “¿será que he aprendido a disfrutar la tortura? ¿Los momentos buenos, son tan buenos como para pasar por alto este desastre cotidiano? ¿Me pasará sólo a mí o los profesores de verdad vivirán lo mismo?”.

 

No veo la hora de terminar la clase. Ya me duele la cabeza por la gritería de estos mandriles. Cuando por fin se termina la actividad, todos salimos huyendo como si hubiera un terremoto o un incendio.

 

La luz del sol, el aire fresco, la sensación de libertad son tan reconfortantes. Y una voz en mi interior, me dice “tranquilo, ya terminó”.

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